La duda. No tiene por qué ser tragedia. No debería serlo. Para algunos será drama, como para una Susana Díaz cualquiera, a la que la realidad ha pillado en un despiste de novata. La codicia que lleva al traspiés. Será drama, pero lo disimularán como sepan. Como es tradicional en un país de malas tradiciones políticas, lo intentarán disimular de todas todas. Pero de momento triunfa la duda.
Apenas ha disfrutado este cronista de la dudosa fiesta democrática de los mítines políticos. Es más: a lo largo de los cuatrienios varios que se suceden, uno se ha ido convenciendo de la inutilidad de estas reuniones monolíticas, con gasto y parafernalia para los incondicionales. Y para vergüenza ajena de quienes intenten una mínima objetividad. Bien está: debe haber gente para todo, hasta para recordar cómo se iba en bicicleta hace unos cincuenta años? Las dudosas consecuencias del pluralismo político? y del país de Frascuelo y Lagartijo.
Pero ya que estamos en período de revisión amplia, hasta mi opinión sobre estos eventos veo que debe ser sometida a meditación. Las mareas de los indignados, la geometría inescrutable de las candidaturas, la nebulosa de las encuestas, quizás dé algo de sentido a estos encuentros en que se dicen bobadas sí, pero tal vez leyendo entre líneas uno pueda irse aclarando algo. El incierto fruto de la duda.
Otras veces ha ocurrido que el confiado elector se ha creído a pies juntillas, lo que le decían en los tres minutos de conexión con el telediario, y luego ha tocado ir como en las quinielas? viendo cuantas cosas habíamos acertado ?pocas- y en cuantas nos dieron gato por liebre ?cada cual sabrá cuántas-. Parece una democracia dubitativa de meros planes cuatrienales.
El caso es que uno sabe a quién no votar, pero le cuesta decidir qué meter en la papeleta. A veces dan ganas de hacer como un buen amigo mío, que se sonroja cada vez que entrega el sobre al presidente de su mesa electoral, porque es evidente que pesa el quíntuple de lo ordinario. Resuelve su duda por la calle del medio: mete las papeletas de todos aquellos que algo le interesan, aunque las normas electorales resuelvan que eso es voto nulo. Conociendo como conozco a este sujeto, diría que las que se equivocan son las leyes electorales, y no él. Pero a esa conclusión ya habíamos llegado, por lo menos quienes dejamos el forofismo irracional para Messi y sus muchachos.
Cualquier racionalista cartesiano diría que es lo suyo. Con otras palabras, claro. Afirmaría que reflexionar sobre la oferta es la base de una elección adecuada; y esta vez no nos podemos quejar de la oferta: de casi todos los colores. Lo malo es que todavía elegimos por lotes: o lo tomas o lo dejas. Y los tachones también descuentan.
Por si todavía faltara algo para justificar el incómodo desasosiego en que nos encontramos, vemos a los nuevos actores políticos que han improvisado corriendo y son sometidos a un escrutinio profundo. No siempre de buena fe; no siempre con claridad, y no siempre superando con indemnidad la sobrevenida exposición pública.
En fin, seguiremos observando desde este guindo primaveral el panorama con atención, por no saber ignorando hasta si estamos en invierno o verano, que ya se sabe que la primavera por estos pagos no existe. Al fin y al cabo dudando, que también es gerundio.
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