Esta semana volvía a ser noticia una nueva "caída" de Medora, el sistema informático que nos ayuda en el trabajo a los médicos de familia y enfermeros de Atención Primaria en Castilla y León. Recetas, partes de incapacidad temporal, derivaciones a consultas hospitalarias, peticiones de analíticas o pruebas de imagen? Todo eso que hace unos años se cumplimentaba manualmente, cuyos formularios siguen estando en los centros de salud y consultorios, se atasca si Medora falla. Es más problemático en estos casos no poder acceder a los historiales clínicos, antecedentes, alergias, tratamientos recientes? Sobre todo para los que somos médicos de área y pasamos por muchas consultas diferentes, por lo que no conocemos al paciente como su médico de cabecera. Más aún en las guardias, donde ni siquiera es posible acceder a la historia clínica en papel, a menudo desactualizada por haber sido sustituida por la informática.
La implantación de la receta electrónica, quizá más asequible en el medio urbano que en el rural, dada la dispersión de la población, parece tener que ver con el fallo del sistema. Medios habrá de resolverlo, aunque no resulta lo más prudente estrechar el carril en las horas de mayor densidad del tráfico, las consultas de la mañana. De cualquier forma, es ocasión oportuna para reabrir la cuestión de si nuestro Sistema Nacional de Salud debe estar tan fragmentado, también en un aspecto tan vital hoy en día como la herramienta informática de trabajo de los profesionales sanitarios. ¿No podríamos contar con un programa nacional que fuera capaz de integrar las virtudes de los autonómicos y desterrar sus defectos, resultando ágil, intuitivo, práctico, seguro, confidencial? Hasta se podría enseñar en las facultades de Medicina y en las escuelas de Enfermería. No es razonable que un médico que cambie de comunidad autónoma tenga que ver en el ordenador un adversario para su adaptación en lugar de un aliado. Es cierto que el aprendizaje puede ser rápido, pero sobra esa barrera en una Sanidad que priorice al paciente.
Prima hermana es la eterna pregunta: ¿No podríamos contar con una tarjeta sanitaria nacional que permitiera el acceso a nuestra historia clínica al médico que nos atienda fuera de nuestra autonomía? Diecisiete tarjetas, cada cual con sus codificaciones particulares. Diecisiete sistemas informáticos con sus claves de acceso, sus recovecos, sus pestañas y ventanas. Diecisiete calendarios vacunales, el de Ceuta y el de Melilla (menos mal que no recuperamos el Rosellón y la Cerdaña). Diecisiete mil bolsas de trabajo y formas de organización. Diecisiete millones de gerencias, direcciones, comités y cargos administrativos. Diecisiete sanidades y no precisamente por el precio de una.
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