No hay mayor enigma que el que portamos en nuestro interior. Emociones, sensaciones, recuerdos... todo un conjunto unido por una fina línea. Pero, ¿a qué se deben estos fenómenos?, ¿por qué reaccionamos de esta o aquella manera ante una melodía en concreto? Son preguntas sin resolver que envuelven lo que podemos denominar como la magia de la existencia.
En lo que se refiere a los sentidos, cada persona tiende a desarrollar uno o varios más que otros. En mi caso, además de la vista, el olfato y el oído resultan de los más especiales. Pero en cuanto al olfato, es curioso cómo algo tan abstracto puede evocarme recuerdos y sensaciones tan nítidos que ni la vista consigue alcanzar.
El olor de la hierba recién cortada, por ejemplo, me transporta a la niñez, a la montaña y a aquellos paseos infinitos en los que todo parecía una ensoñación.
Sin embargo, hay otros olores, como los perfumes, que con el paso del tiempo y las experiencias terminamos por asociar a una persona y a un momento determinado de nuestra vida. Estos olores tan personales pueden evocarnos infinidad de sensaciones, desde alegría hasta, por supuesto, hacernos llorar. Porque esa capacidad de los olores para llevarnos atrás en el tiempo y revivir cada situación es única e inexplicable.
Porque sé que no será la última lágrima derramada en un momento inesperado, pero tampoco la última sonrisa, y ahí reside la magia de este sentido tan extraordinario.
De hecho, no quisiera saber nunca el por qué de estos fenómenos, quisiera seguir sintiendo la misma fascinación cada vez que esto ocurre, y es que, ¿no sería maravilloso tener un almacén de olores con el que pudiéramos viajar cada vez que quisiéramos?
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