Se acerca la época de las primeras comuniones y los padres ya está inmersos en la vorágine de la preparación del evento que consideran "el día más feliz". Traje, zapatos, restaurante, fotógrafo, regalos, una verdadera parafernalia en la que se trabaja para conseguir que todo salga perfecto.
Me pregunto yo desde cuándo el invento este perdió su verdadera esencia y se convirtió en una patética manifestación de vanidades varias, con la disculpa ostentosa de ser ese día más feliz en la vida de un niño. Este término es ciertamente apropiado. El niño se siente protagonista único durante toda una jornada, centro de atención de la familia y además obsequiado con regalos cual si de la mágica noche de Reyes se tratara.
Muchos padres, no todos, pero muchos, ni siquiera son practicantes, no van a misa, no confiesan ni comulgan, y a lo mejor el día de la comunión de sus hijos entrarán en la iglesia por primera vez en años.
Muchos de esos niños tampoco volverán a comulgar después de ese día, y olvidarán las enseñanzas de la iglesia que aprendieron en la catequesis.
Y muchos también si siquiera creen en este folclore, pero hay que formar parte de él por el bien del niño, pues no va a ser el único de la clase que no disfrute del festejo general, ni goce de las prebendas que conlleva.
Una parte importante, muy importante, de los ingresos de la Iglesia viene de las donaciones y pagos de los servicios religiosos; hay, pues, que aplicar todo el marketing posible para que estos actos resulten rentables, y así como en los comercios se inventó el día de los enamorados, el del padre, el de la madre y el del perro, la Iglesia sacó de la intimidad y el recogimiento los sacramentos y los colocó en el escaparate de los mercaderes del templo, incluyendo el sobre que se le da a los feligreses, y en el caso de las comuniones, a los bienaventurados padres para que colaboren en la brillantez del acto.
Esto no viene de ahora, no, aunque ahora está en su punto álgido. Recuerdo de niña aquella película que marcó los corazones de los españoles, "Un traje blanco", en la que a una criaturita no le importó perder un brazo por conseguir el precioso traje blanco de su primera comunión.
Bautizos, comuniones, bodas, funerales, ¿quién da más? Todo se ha convertido en patéticas representaciones ahuyentadoras del verdadero espíritu cristiano, sin más significado que el de la apariencia y el disfrute.
No puedo tirar la primera piedra porque hasta hace algunos años formé parte de esta tarascada. Pero me queda el consuelo de que mis hijo no lo harán y mis nietos dejarán para su intimidad las celebraciones del espíritu, si las tuvieran, sin luces ni flores, sin fariseadas, sin lavados de cerebro, sin estar sometidos al derecho de pernada de una institución religiosa cuyos escándalos están derribando los muros del templo sagrado.
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