Ahora comprendemos mejor que en aquellos consejos que a veces chocaban con nuestras preferencias, siempre se escondía el verdadero amor y, sobre todo, la voz de la experiencia
Existe una bella plegaria titulada "Los tres amores" que me hace sentir algo muy especial. Al oírla, pienso inmediatamente en mi madre En la última estrofa se citan esos tres amores: Amor al hombre, amor de Patria y amor de Dios.
Ahora que el Día de la Madre ha sido manipulado y despojado de buena parte de su contenido por obra y gracia de intereses comerciales; cuando algunos de los que tienen la suerte de tener viva la suya quieren convertir este día en una manera cómoda de "cumplir", olvidándose de ella muchos de los días restantes, me gustaría cambiar el contenido de esa última estrofa y que la plegaria se convirtiera en petición a la Virgen ?estamos en el mes de María- para que nos ayude a potenciar esos tres grandes amores: a la madre, a la Patria y a Dios.
La naturaleza ha dispuesto que el completo desarrollo de nuestra comprensión llegue en la etapa de adultos, y de ahí que en la infancia apreciemos el cariño, la caricia, el mimo y la sonrisa de nuestra madre -sentimientos que ya quedarán grabados a fuego en nuestros recuerdos-, pero que no sea hasta ser adultos cuando comprendamos verdaderamente lo que significa el amor y el desvelo de una madre. Esta sensación adquiere su verdadero significado cuando nos convertimos en padres. Ahora comprendemos mejor que en aquellos consejos que a veces chocaban con nuestras preferencias, siempre se escondía el verdadero amor y, sobre todo, la voz de la experiencia. Por ello, la madre ?podíamos decir los padres- tiene que oír muchas veces, con una mezcla de tristeza y alivio, aquello de: ¡Qué razón tenías! ¡Si te hubiera hecho caso?! Pero todo lo dará por bien empleado si, al final, ha conseguido enderezar los pasos de ese hijo. También recuerdo otra buena canción en cuya letra decimos: Poco a poco, con el tiempo, alejándome de ti, por caminos que se alejan me perdí, para dejar bien claro que, como una madre no se cansa de esperar, aunque el hijo se olvide un poco del hogar, la madre siempre espera su regreso.
Por todo ello hoy me gustaría, más que ensalzar el amor filial, que también, convertir estas líneas en un reconocimiento al amor que mi madre, la madre de mis hijos y todas las madres sienten por sus hijos. Quiero referirme al amor de madre, de esa madre que es capaz de pasar hambre para que su hijo esté alimentado; a la que lucha y se priva de lo necesario para intentar que sus hijos disfruten de una vida mejor que la suya; a la madre que sufre en silencio la conducta del hijo descarriado y también a la que llora de alegría ante el éxito de los suyos. Este amor desinteresado obliga al hijo a devolverlo con creces, sin tacañería; a procurar para la madre esa felicidad que, por nuestra culpa, más de una vez se le ha resistido. Por eso, si la madre es el mejor regalo que Dios nos ha dado, nuestro mejor regalo será corresponder a su entrega con el amor de todos los días. Toda madre agradecerá con alegría ese regalo que hemos comprado para ella; pero su felicidad será inmensamente mayor si la recordamos, la vemos o la llamamos todos los días que podamos.
Al hablar de amor a la Patria, para no caer en sensiblerías ni en conceptos asimilables a otras épocas, bastaría con anhelar para la nuestra lo que ciudadanos de naciones de nuestro entorno, con compromisos parejos a los nuestros, ponen de manifiesto a la hora de expresar sus sentimientos patrios. Para empezar, bueno sería que nuestro sistema educativo contemplara la forma de inculcar al niño, de la manera más imparcial y menos manipulada, lo que significa la Patria, la Bandera, el Himno Nacional y nuestras principales instituciones de carácter nacional, tal como se conciben en naciones avanzadas en cultura y democracia. Nos evitaríamos algunos espectáculos bochornosos que en nada favorecen nuestro prestigio y, de paso, nos sentiríamos orgullosos de ser españoles, sentimiento que, por desgracia, no está todo lo generalizado que sería de desear. Se ve que el virus del derrotismo y la moda del "anti patriotismo" han calado lentamente en no pocos españoles. Dicen que ese defecto se corrige viajando, pero el edificio que comienza mal en sus cimientos sucumbe ante cualquier seísmo.
En más de una ocasión he manifestado mi condición de creyente comprometido y, como tal, dando por sentada la libertad de cada cual en temas de religión, doy gracias a Dios por todo lo que me ha concedido; por seguir queriéndome a pesar de mis muchas imperfecciones; por estar dispuesto a seguir cada día dando su vida por salvar a una sola de sus ovejas ? aunque lo que consigue es poner a salvo todo el rebaño- y, en fin, por enseñarme y demostrarme que lo suyo por mí ?y por ti, que lees estas líneas- es el verdadero Amor, el que siempre perdona por mucho que nos empeñemos en ofenderle y el que está dispuesto a organizar una gran fiesta de bienvenida cada vez que, arrepentidos, volvemos a su lado Yo sería un desagradecido y no me sentiría feliz si no correspondiera a ese Amor.
Francisco López Celador
Coronel, nacido en Cantalpino
Fotografía de la mano: Hipólito Martín
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