Me duele ver a alguien destruido, sea quien sea, haya hecho lo que haya hecho, me cuesta asumir la vendetta en mi vida: ¿sirve para algo? Pero la vida es así, no nos engañemos, la vida destruye a los demás y en muchas ocasiones nosotros destruimos la vida. Es lo que experimenté cuando vi a Rodrigo Rato, ex vicepresidente del Gobierno, ex ministro de Economía y Hacienda, ex gerente del FMI, ex presidente de Caja Madrid y de Bankia, introducirse en un coche con la mano de un agente sobre su cabeza, como delincuente de baja estofa o simplemente como delincuente. Me pregunté cómo hay gente que arroja su vida plena de interés y de posibilidades al abismo más absoluto, me interrogué una vez más por el sentido de la codicia: ¿vale la pena todo por hacerse rico, a costa de lo que sea, de uno mismo sin ir más lejos?
Rato se me figuró metáfora de la existencia devaluada, echada a perder, y sentí compasión. Al tiempo que rabia e indignación: nunca fue para mí modelo a seguir, lo percibía como un tío de buena planta, echado "palante", de natural ambicioso, aunque le presumía ?y me equivoqué- inteligente, pero no es inteligente quien apuesta todo por nada o casi nada, más bien hoy lo calificaría de listo. Es uno de los problemas de nuestro país: España está llena de listos, sobran, mientras falta gente inteligente, consciente de sus límites, el principal de ellos, que los demás también cuentan. Pero Rato despertó esperanzas en los ciudadanos que compartían su visión de la vida ?que no es la mía- liberal-conservadora, gentes de derechas pero civilizadas, que en él vieron un tipo que podía mejorar este país: y pensé en ellos, ¿qué sentirán ahora, se les habrán caído los palos del sombrajo, habrán caído en el escepticismo más absoluto? Gentes como Rato, políticos de relumbrón, tienen un plus de responsabilidad, pues la democracia no son solo instituciones ?imprescindibles, cómo no- sino también ejemplaridad, código de conducta: honradez, decencia, confianza. Si los ciudadanos pierden la confianza en sus políticos, la democracia peligra, la hacen peligrar políticos de ese pelaje.
Recuerdo aún cuando gente amiga me expresaba con convicción su seguridad de que tras los abusos socialistas, el centro derecha traería consigo la honestidad y la dignidad a la vida política, hasta a algunos oí eso tan traído y llevado pero a la vez tan repugnante de "no tienen necesidad de robar porque son ricos de cuna", como si los ricos no estuvieran expuestos al riesgo de querer ser más ricos. ¿Qué pensarán ahora, que todos son iguales, que aquí la única ley es la del embudo y que creer en los demás es estúpido?
Hasta he oído a algunos que han dicho que los suyos lo han estrellado como chivo expiatorio porque no tiene ningún sentido nada de lo que ha ocurrido. Si así fuera ?no lo sé- se confirmaría la intuición de Shakespeare de que el poder lleva al crimen. Pero si así fuera, prefiero no creerlo. Por un momento quiero creer que funcionó una Administración independiente que trata a todos por igual. Pero me cuesta, me cuesta demasiado, soy ingenua pero no tonta.
Marta FERREIRA
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