Aún no nos había servido Emilio, que andaba ocupado con un grupo de guiris, incapaz de entender lo que pedían. En la tele, el runrún del telediario. Oímos la noticia: uno de esos breves que se citan más por curiosidad que por su valor informativo: la Estatua de la Libertad había sido desalojada por culpa de un paquete sospechoso. Y tuvimos conversación para rato.
Primero hablamos de que eso en España no habría ocurrido. Aquí, si alguien ve un paquete despistado, se lo lleva a la carrera no vaya a llegar el dueño y lo reclame.
Reparamos luego en que en este país nuestro nadie olvida un paquete. Nos cuesta tanto comprar cualquier cosa, que como para dejarla huérfana en alguna esquina.
Alguien dijo que si era sospechoso, sería un político español envuelto, porque todos son sospechosos de corrupción, de alzamiento de bienes, de malversación de caudales y no sé cuantas cosas más, como Rodrigo Rato.
Hablamos de la psicosis que padecen los "yanquis", capaces de llamar a los cuerpos de élite si a una madre se le caen los polvos de talco que le pone en el trasero a su bebé? ¡Imagina que no es talco, sino ántrax!
Y, hablando de bebés, nos reímos al pensar las posibilidades enormes que habría en España de que ese paquete tuviera el pañal usado, con su regalo pardo y maloliente. Y es que aquí somos así: si no tenemos una papelera al lado, lo abandonamos en cualquier parte, por guarro que sea el contenido. Disfrutamos al imaginar a los hombres de Harrelson tratando de desactivar el detritus del retoño.
Cuando llegó Emilio habíamos dejado de reírnos. Imaginar la Estatua de la Libertad cerrada por un paquete con caca, nos hizo asumir que vivimos en España, donde cada día escasea más la libertad, donde la mierda empieza a llegarnos hasta el cuello.
Nekane y yo, abatidos, nos marchamos sin pedir nada.
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