Seamos realistas; ensayemos lo imposible
Si yo fuese político profesional (en un país democrático, por supuesto), crearía el Ministerio de los Sueños. Tendría la sede en un fantástico edificio de mármol con escalinatas, columnas jónicas de estrías vivas, una puerta descomunal y un frontón en lo alto. Y pondría en nómina a miles de gnomos, al ratoncito Pérez, a San Nicolás, a Papa Noel y a los tres Reyes Magos; para formar con ellos comités de sueños, porque es sabido que durmiendo se trabaja mejor.
Y hasta Rubén Darío nos prestaría un fragmento de su poema a Margarita Debayle para la letra de un himno nuevo; "Esto era un rey que tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha de día y un rebaño de elefantes, un kiosco de malaquita, un gran manto de tisú, y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita, como tú."
Los comités y las sucursales del Ministerio de los Sueños se extenderían por todo el país, teniendo en cuenta que en las comunidades nacionalistas serían Direcciones Nacionales o más, y en el resto; Subdirecciones Provinciales y gracias (que los sueños nunca son baratos). Y a pesar de estos pesares, en todas ellas los funcionarios dedicarían su entregado afán a tirar de la manta y a sacar con un sacacorchos de ilusiones (¿un sacailusiones?) la fuerza que llevan dentro los rutinarios ciudadanos, y a los escépticos les darían alas para que soñasen.
Entonces los políticos profesionales nos olvidaríamos de nosotros mismos para hacer felices a los votantes; y todos seríamos delgados, jóvenes y guapos; sudaríamos Chanel nº 5; lloverían billetes de mil euros; los alumnos aprenderían sin esfuerzo; los médicos sanarían a base de milagros; los paraísos fiscales cerrarían por falta de fondos; los bancos darían préstamos a manta de Dios; las reglas las establecerían los clientes; los ciudadanos tendrían un sueldo para toda la vida; los corruptos devolverían lo robado y pedirían perdón; y los cerdos tendrían doce jamones cada uno, naturalmente de bellota.
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