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Si no veo y toco, no creo
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Si no veo y toco, no creo

Actualizado 18/04/2015
Foto del autor Eusebio Gómez
Eusebio Gómez

Tomás, al morir Jesús, se quedó sin esperanza; por eso no creía lo que le decían los otros discípulos, que habían visto al Señor. Tomás había sido testigo privilegiado de cuanto hizo el maestro y de cuanto dijo a partir del bautismo en el Jordán. Le había seguido a todas partes, le había visto morir entre dos ladrones. Tomás había pronunciado en un momento de duda y desconcierto estas palabras hermosas: "subamos, y muramos con El", pero la muerte de Jesús había acabado con todos sus sueños. Tomás no esperaba en absoluto la resurrección de Jesús- "Tomás uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús". Y aunque sus compañeros le decían: "hemos visto al Señor", él no lo creía.

Para Tomás no fue suficiente el testimonio de sus compañeros y exigió verlo todo con sus propios ojos y aun tocar con sus manos el cuerpo de Jesús resucitado. No hace caso del testimonio de la comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se encuentra.

". Jesús pide disponibilidad y el discípulo sólo entiende el lenguaje de la seguridad. Tomás no se atreve con una fe desinstalada, capaz de soportar dudas. Era testarudo, obstinado, duro de corazón. No sólo quería pruebas, sino que las exigía a la medida de su capricho. Necesita explicaciones. Quería comprobar él mismo: ver, tocar; pedía agritos "ver", "meter su mano en el costado abierto", palpar el amor.

Al comprobar este incrédulo la presencia de Jesús, el mismo que había muerto en la cruz, con las señales recientes de sus heridas y llagas, este hombre comienza a ver. Tomás escucha de Jesús: "Dichosos los que tienen fe sin haber visto Sin embargo, la bienaventuranza de Jesús no debemos entenderla como la simple aprobación de una fe convencional que se desarrolle en creencias y rutinas y vacía de toda experiencia pascual y de todo compromiso. Es él mismo, Tomás el Mellizo, el que se encuentra inmediatamente con Jesús y confiesa: "Señor mío y Dios mío. Comprendía que el ver y el tocar no aclara realmente nada y de que era mucho más sólido su amor que sus manos. Entendía que sus manos no aportaron nada que no hubieran descubierto mucho antes y mucho más profundamente su fe.

La herida del costado es la herida abierta por siempre de nuestra humanidad caída, la herida del mundo de todos los tiempos. Meter la mano como Tomás en esa herida, es tocar lo más humano de nuestra humanidad, el dolor en todas sus formas, y descubrir precisamente ahí al resucitado.

Siempre me ha costado mucho entender por qué en la cruz está la Vida y el consuelo, que decía santa Teresa y sólo ahora lo comprendo: Comprendo que si la humanidad resucitada de Jesús conserva sus heridas, eso sólo puedo significar que nuestros dolores y sufrimientos ya no son sólo nuestros, Dios los ha incorporado amorosamente a Sí mismo. Es por eso que cada vez que curamos una herida o aceptamos con amor las nuestras, ahí está Dios. Es una simbiosis maravillosa, porque Él permanece vivo en cada herida humana, y cada herida humana, está glorificada en Él. Si creemos esto, ya no querremos escapar de la cruz, sino que intentaremos asumirla, superando así su rechazo en la convicción de que en ella está la vida.

Tomás tuvo la suerte de verlo con sus propios ojos, nosotros tenemos la alabanza de Jesús por atrevernos a creer que en este mundo herido, está vivo el Señor.

De ahí tiene que nacer nuestra alegría, de saber que todo lo malo y lo herido está resucitado ¡YA! en Jesús que nos va incorporando a sí, según vamos llegando a Él. "Y al contacto con las llagas de Jesús, Tomás experimenta sus propias llagas, sus propias humillaciones", señaló el Papa Francisco.

A nosotros, como a los discípulos, nos invita Jesús a abrid de par en par las puertas de nuestro corazón. "No tengáis miedo". "No perdáis la calma", la misión está fuera. Abrid, fuera sistemas de seguridad, e id a anunciar que estoy vivo y resucitado. Hoy la Iglesia tiene la hermosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad.

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