No podemos, de continuo, recrearnos y regodearnos en el localismo, pensando que nuestro pueblo es el ombligo del mundo, lo mejor de lo mejor, que no hay otro como él; recreando de continuo el habla o las tradiciones de los nuestros... Cómo se nos nota el pelo de la dehesa, esa costra de rusticidad mal entendida, que termina consistiendo en no entender nada.
Tal actitud, que encarna un arquetipo mucho más extendido de lo que debiera, sobre lo cerrado, pueblerino, costumbrista... ciego, en nuestro idioma ha terminado adquiriendo expresión a través del sintagma "el pelo de la dehesa", tomado del título de la comedia del dramaturgo decimonónico español Bretón de los Herreros.
Cómo se le nota el pelo de la dehesa, decimos cuando alguien no sale de ese callejón sin salida, de ese círculo vicioso, de ese recrearse de continuo en algo que, por reiterativo, termina siendo como un disco rayado. Y utilizamos deliberadamente tantas frases y expresiones hechas, para que mejor se nos entienda lo que queremos decir.
El gran escritor portugués contemporáneo Miguel Torga indicaba sabiamente que lo universal es lo local sin barreras, sin paredes, sin cerrazón en definitiva. Y solo si sabemos emparentarlo con significaciones universales, podemos hablar sobre lo local aportando algo; de lo contrario, más nos valía que nos calláramos.
Salamanca, además y precisamente, ha sido una ciudad que, por tradición universitaria desde los tiempos medievales, ha sabido conectar en cada momento histórico con lo universal, tanto en el arte, como en la creación literaria, el pensamiento, el derecho e incluso en la ciencia.
Si de continuo nos estamos dejando crecer el pelo de la dehesa y estamos dando muestras y alardeando de ello, como si no hubiera otra cosa digna de lo que hablar, es que no sabemos hablar de otras cosas (una clara muestra de ignorancia); y, desde luego, no conocemos esa tradición de universalidad que Salamanca encarna desde los tiempos modernos.
Ay, el pelo de la dehesa, cómo se sigue advirtiendo en estos inicios del siglo XXI, cuando tendríamos que estar, ya desde el XIX, tan vacunados contra él. Quienes lo exhiben no han frecuentado los barberos de la contemporaneidad, ni en el pensamiento, ni en la literatura, ni en el arte. A ver si terminamos frecuentando más tales barberías...
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