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Semana Mayor
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Semana Mayor

Actualizado 03/04/2015
Juan Robles

Estamos en los días grandes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Ése es, por lo menos, el tema central de estos días para los que viven su tradición de fe cristiana. Aunque para muchos se reduce el tema a los aspectos del dolor, del sufrimiento, de la pasión. Para otros la vivencia se reduce a contemplar o asistir a las procesiones de la Semana Santa. Pero ya hay muchos a los que estos días no les dicen nada y son simplemente unos días de vacaciones y, en muchos casos, de turismo o de playa.

La Semana Santa sigue siendo la semana mayor. Es la semana en que se conmemora el padecer humano, el sufrimiento por enfermedad o desgracias naturales o injusticias causadas indebidamente. En todo caso, el sufrimiento, la enfermedad, la maldad o el pecado y la muerte, son propios de la naturaleza humana, y conviene enfrentarlas con naturalidad, con capacidad de sufrimiento y hasta con aprovechamiento positivo a favor de los mismos que los padecen o para aquéllos con los que se relacionan.

Estos días santos son apropiados para la reflexión y la oración, para el descanso y para dar tiempo a dedicarnos a cultivar aspectos de nuestra vida para los que no tenemos tiempo o tranquilidad en los momentos ordinarios de nuestra vida.

La pasión, o el sufrimiento, no nos afecta sólo a nosotros mismos. Les llega también a nuestros seres queridos, amigos o allegados. E igualmente a otros muchos hombres de diversas partes de nuestro mundo, especialmente países islámicos, donde el castigo injustificado se inflige muchas veces a los más inocentes, particularmente a los cristianos de las diversas denominaciones, como católicos, protestantes, o de práctica ortodoxa u oriental, entre ellos los pertenecientes a las iglesias coptas en Egipto.

La persecución llega incluso a los cristianos de los llamados Santos Lugares, o tierras donde Nuestro Señor vivió, padeció y fue entregado a muerte injusta y redentora. En esos lugares, si se les permite, están presentes los padres franciscanos o hijos de San Francisco, que hizo opción por esas tierras de musulmanes, buscando la liberación de todos los cautivos. Es la práctica que siguen sus hijos hoy en las tierras orientales, hostigadas por los enemigos hasta la muerte, la deportación, el secuestro o el destierro.

Los padres franciscanos nos recuerdan estos días, especialmente el Viernes Santo, la situación de estas familias cristianas que se ven obligadas a huir de sus tierras de origen, dejando vacíos de cristianos esos lugares, muchas veces preciosos, no sólo para ellos, sino para todos aquéllos, entre los que nos encontramos, que apreciamos aquellos santos y distinguidos lugares. Se nos pide que nos interesemos por ellos, que denunciemos esas situaciones injustas, que recemos por los perseguidos y mártires, que les ayudemos incluso económicamente a sostener las casas e instituciones de servicio de los hermanos franciscanos, y para asistir en sus necesidades básicas a los mismos cristianos en situaciones límites e insostenibles.

En Salamanca vivimos estas confesiones y prácticas de fe de manera especial y distinguida, al coincidir con el año del jubileo teresiano, cuyos 500 años de nacimiento acabamos de celebrar. Y también nos situamos en la vivencia de cultivo espiritual para el que nos está convocando nuestra Asamblea Diocesana. Es una ocasión única para vivir y aprovechar las celebraciones de Semana Santa con esas nuevas dimensiones que no tendremos oportunidad de volver a vivir en muchos años, sobre todo la conmemoración del nacimiento teresiano.

De hecho, Teresa de Jesús está íntimamente ligada a la pasión del Señor (la contemplación de un Cristo muy llagado la decidió a su conversión definitiva) porque la humanidad santísima de Cristo, vivida con espíritu renacentista y humanista, la conduce al trato diario permanente de relación y oración en unión íntima con Jesucristo y con su sufrimientos de pasión por nuestros pecados. En algún momento posterior a la recepción del santísimo sacramento en la comunión, experimentó su boca con sensación de tenerla llena de sangre, como también el resto de todo su cuerpo, sintiéndose así redimida por esa preciosa sangre de Cristo. Podían ser buenos estos días para acercarnos a Ávila, o por lo menos a Alba de Tormes, a contemplar las maravillas del arte y los valores de la trascendencia reflejados en la exposición de las Edades del Hombre

Vivamos el sufrimiento de la pasión con sentimiento y fervor profundo y eficaz, unidos a los demás hombres creyentes y cristianos, y avanzando en los méritos de la pasión de Cristo, mereceremos, o por lo menos se nos dará ese favor, de participar también en el triunfo de Cristo sobre el pecado, el dolor y la muerte, y podremos así conseguir participar en la victoria de su resurrección.

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