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Actualizado 01/04/2015
Carlos Aganzo

Despedirse es una acción habitual que se realiza unas veces de forma consciente, pero las más en el fluir social cotidiano. Es un ejercicio de educación, de civismo y también de afecto. Hay despedidas que son rutinarias, incluso inconsciente, y otras que son muy elaboradas y en ocasiones traumáticas. Algunas preludian un breve lapso de desaparición mientras que otras lo son por un previsible largo periodo, sin dejar de lado las que contienen un carácter definitivo: agarrar la mano al ser querido en su agonía. El extrañamiento, en cualquier caso, sigue a la despedida; un término lo suficientemente aséptico que puede ocultar tanto el olvido subsiguiente como la permanente remembranza. Cuando se dice que se extraña a alguien no se sabe muy bien qué hay detrás de esa expresión, si bien el mismo hecho de registrar una ausencia abre la puerta al reconocimiento de un significado u otro de la misma.

Hay ocasiones en que no median palabras ni expresadas a viva voz ni por escrito. En que un simple adiós no figura en el guión de la despedida, es el silencio el que todo lo invade. Tampoco hay gestos, el pañuelo agarrado al puño que sobresale de la ventanilla. Este idioma que tenemos, a veces tan adusto, para definir una situación en la que se pone término a algo incorpora una expresión que se aplica cuando se concluye algo, quizá un negocio o una relación afectiva, también una relación laboral o incluso de colaboración académica. Entonces se dice que se pasa página. Punto pelota. Pareciera que así se hace bueno el dicho de "si te he visto no me acuerdo".

Sin embargo, la vida es tan increíblemente caprichosa que a veces lo que parece que ineluctablemente se termina se cierra en falso. Porque si "arrieros somos y en el camino andamos" ni nuestras vidas van a transcurrir en andariveles paralelos en busca del infinito, ni el derecho al olvido del pasado oculta el legado de éste al presente. Es quizá por ello que la sabia urdimbre del comportamiento social nos enseñó el valor inestimable de la despedida. Los códigos hoy añejos de la urbanidad lo imponían sin consideración de diferencias de edad, de clase o de cualquier otra guisa. Mirar a la cara y decir adiós, tan simple, sin contacto físico alguno, sin más palabras, es una actuación necesaria compatible con el deseo imperioso de cerrar página.

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