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Miseria del lenguaje
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Miseria del lenguaje

Actualizado 28/03/2015
Pedro Morato

Que el nivel expresivo, la calidad lingüística y la claridad expositiva han descendido en los medios de comunicación hasta sumirse en la pura ramplonería, es algo que no se oculta a quienes todavía se esfuerzan por no faltarle al respeto a su propio idioma y siguen sufriendo cuando lo ven maltratado por ineptos cuya actividad, precisamente, debiera conducirles a lo contrario. Que el contenido de la información y su adecuada transmisión se ven profundamente afectadas, tergiversadas y hasta falseadas por la incapacidad de la inmensa mayoría de redactores, periodistas, presentadores, corresponsales, articulistas y gacetilleros de todo tipo, es una realidad que no sólo ha empobrecido la forma y el fondo de las noticias, sino aquella función educativa y de formación que un día tuvieron tanto para los más jóvenes como para cualquiera que confió en algún momento en el estricto y cabal significado del periodismo.

Frases hechas, lugares comunes, latiguillos, redundancias, ignorancia de las más elementales normas sintácticas, descontextualizaciones y hasta flagrantes faltas ortográficas, cuando no supina ignorancia de la fonética o la morfología son sólo algunos de los 'nuevos usos' de unos medios de comunicación que, salvando escasísimas excepciones, agreden de tal forma con titulares, enunciados, narraciones y contenidos que han logrado convertir la mediocridad en norma, la incompetencia en costumbre y la incapacidad en hábito.

No se salvan de este desastre generalizado en la utilización del lenguaje por parte de quienes deberían cuidarlo como su herramienta de trabajo, quienes elaboran la mayoría de los nuevos medios de comunicación digitales, que comienzan copiando los peores tics de sus predecesores de papel y acaban despreciando el correcto uso del lenguaje desde el primer titular, en una suerte de 'carrera' por un cierto sensacionalismo que suponen les granjeará más lectores. Igual sucede con emisoras de televisión y de radio, que sustituyen o amplían las chabacanas frases de titular con no menos groseros gritos o los más zafios llamados a la audiencia, no sólo con insultante mediocridad sino con preocupante falta de sentido del ridículo.

Lo peor es que esa forma soez de tratar el lenguaje se ha extendido a otros ámbitos como la publicidad, el articulismo periodístico, ciertos géneros seudoliterarios que hoy, sin justificación alguna, siguen llamando 'novela' o 'poesía', e incluso la documentación administrativa y oficial, lo que, junto con el ínfimo nivel de lectura en España (origen en gran parte del problema), la incapacidad política de articular un sistema duradero de enseñanza racional y eficiente, la desmotivación cuando no escasa preparación de los enseñantes, la vagancia mental generalizada devota de la pusilánime abreviatura y, sobre todo, la falta de respeto por los demás y por los propios actos, ha creado una realidad de comunicación lingüística tan pobre, ordinaria, ramplona y mediocre que está creando mirones en lugar de lectores, cotillas en vez de críticos y bobos aturdidos en un océano de futilidad.

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