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Expósitos
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Paz y Bien

Expósitos

Actualizado 02/03/2015
Alfonso González

Todas las noches, al apagar la diminuta lámpara de la mesilla que teñía con su luz amelocotonada la habitación, Ernesto cerraba los ojos, se acurrucaba sobre el costado izquierdo, respiraba hondo por la nariz y se trasladaba al momento planeado.

Durante el día, cuando esperaba en el andén la llegada del metro o en los largos trayectos agarrado a la bruñida cuerda de presos del vagón, elegía cuidadosamente el instante que volvería a revivir esa noche.

No era fácil, porque toda la infancia se le ofrecía expectante con la tenacidad del que se sabe solo.

Además, estaba convencido que podía manipular sus sueños y que el subconsciente alargaba el pensamiento que él tuviera cuando el cansancio le rendía.

Al rato, nada más levantarse, escribía el sueño evocado la noche anterior en unas hojas acharoladas de papel de colores que compraba en una librería de Pío XII. Era como la oración de un peregrino que se dispone a viajar.

Cuando reunía varios pliegues escritos con la minúscula y cabalística caligrafía de su infancia, que ni él mismo podía descifrar, el siguiente fin de semana volvía a su ciudad natal.

En la casa de su madre cogía las hojas de colores y superponiéndolas las torcía hasta hacer coincidir dos esquinas opuestas, las clavaba al extremo de una cañita y la ataba a las rejas del balcón.

Entonces Ernesto se sentaba en el viejo sillón de médula para ver como los vientos se perdían en el frágil molinillo de papel y, obligados, se enrocaban con sus escritos para después salir a bocanadas del laberinto llevando por la ciudad palabras que restañasen las grietas de los muros y encalasen las paredes desdibujadas por los años.

Y juraría, si tuviera a quién, que una tarde vio salir en forma de suspiros las forzadas siestas de verano cuando en la penumbra del dormitorio que las contraventanas defendían inútilmente contra la violencia de la tarde castellana, él se quedaba dormido jugando debajo de la colcha a indios y a vaqueros con dos figuras verdes de plástico rugosas que olían a libertad.

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