En mi anterior artículo elogiaba la figura de Giner de los Ríos con motivo del centenario de su muerte. Hoy mi pensamiento se va hacia Dorado Montero, un Salmantino universal, discípulo de la Institución Libre de Enseñanza, catedrático de Derecho Penal y máximo exponente en España del Correccionalismo, corriente jurídico penal que confiaba en la mejora y la reinserción social de los delincuentes. Incluso fue precursor de lo que años después se denominó Criminología Crítica o Radical, es decir, la que afirma que el Derecho Penal es un instrumento de control social creado por las clases hegemónicas y poderosas para someter a las subalternas y más desfavorecidas.
Dorado falleció hace 96 años (26 de febrero de 1919) y su integridad personal hizo que se granjeara importantes amigos (Unamuno, Azorín, Joaquín Costa, Pablo Iglesias), aunque su inquietud intelectual y su fe en una sociedad libre, igualitaria y laica provocaron que los sectores más integristas y reaccionarios de la ciudad se enfrentaran visceralmente a él. Sabemos que los poderosos de la ciudad instigaron a los alumnos para que denunciaran a Dorado por predicar doctrinas deterministas, materialistas y heréticas "opuestas a los dogmas de la Sacrosanta Religión Cristiana". Estuvieron a punto de apartarlo de la cátedra, pero fue respaldado por el Rector Esperabé, que se acogió a una Circular del Ministerio de Fomento sobre "amparo a los catedráticos en el ejercicio de su profesión".
Aunque aparentemente en nuestro país han cambiado mucho las cosas desde esa época (el siglo XX transcurrió por senderos muy pedregosos y la vieja aspiración de aquella pléyade de insignes intelectuales de finales del XIX y primeras décadas del XX se hizo realidad consagrándose una España Civil que se edificaba sobre los pilares de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, fruto de los ideales de la Revolución Francesa plasmados en la Constitución Republicana de 1931), los oscuros años de la Guerra Civil y la larga dictadura franquista nos devolvieron a aquélla sociedad hispana denunciada por Machado: "esa España inferior que ora y bosteza, / vieja y tahúr, zaragatera y triste", aquella España confesional de Seminarios y Conventos que no admitía la libertad religiosa y que utilizaba la educación para adoctrinar y obedecer a los poderosos, aunque robaran y violaran. ¿Cuántos actos de corrupción realizados por estos señores se denunciaban?, ¿cuántos actos contra la libertad sexual que se cometían en los centros religiosos de enseñanza se investigaban y perseguían? Todavía ayer un amigo me sorprendió con una confesión terrible que le produjo un trauma para siempre: "yo, que siempre he sido un buen cristiano, odié a los curas como no es sano odiar, porque en el colegio uno me acosó sexualmente durante todo un año, incluso ejerciendo la fuerza física y teniendo que defenderme. Lo denuncié a los superiores, pero me dijeron que esas cosas hay que taparlas, son muy feas, pero si se sabe públicamente es nuestra ruina. Han pasado 40 años y no se me ha ido de la mente".
Sabemos que esto es el pasado y, afortunadamente, se dio un giro copernicano con la transición política, la proclamación de la Constitución del 78 y la consolidación del Estado Social y Democrático de Derecho. Pero el riesgo de involución sigue presente y más aún en los actuales momentos sociales y políticos donde el recorte de libertades individuales es cada vez más acentuado: restrictivas leyes de Seguridad Ciudadana, endurecimiento inmisericorde del Código Penal (como si fuera el remedio milagroso para atajar todos los males de la convivencia) y retroceso en las leyes educativas. Para más INRI hace unos días el BOE publicaba el currículo de la asignatura de Religión (conforme a la LOMCE del retrógrado Ministro Wert), que incluye rezos en las clases y suprime las referencias a otras confesiones religiosas diferentes a la Católica y donde se manifiesta la "incapacidad de las personas de alcanzar la felicidad sin ayuda de Dios". En cambio, suprimieron la asignatura Educación para la Ciudadanía, cuando en un Estado Democrático avanzado y aconfesional como el nuestro, lo que hay que inculcar a los seres humanos desde la infancia, en la familia y en la escuela, son los valores de libertad, igualdad, tolerancia, solidaridad, justicia, pluralismo y generosidad. Es la mejor forma de prevenir conductas contrarias a las normas sociales de convivencia.
de los Ríos, Dorado, Unamuno, Ortega, Machado, Azorín, Fernando de los Ríos, Lorca, Joaquín Costa y tantos otros, sentaron las bases de lo que debe ser la educación y las normas sociales de convivencia. Si les hubiéramos hecho caso, probablemente habría menos Bárcenas, Gurtel, Ere's, 'Blesas' y Ratos y señoritos de trajes impecables con camisas blancas de cuellos duros y puños abrochados con gemelos de oro, amiguitos del alma de jueces y magistrados que utilizaban el dinero público a través de sus magníficas tarjetas negras para asuntos particulares, juergas, alcohol y demás vicios repugnantes.
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