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Cuaresma
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Cuaresma

Actualizado 20/02/2015

Pasados ya los carnavales, con otro nombre más clásico "carnestolendas", y celebrado el miércoles de ceniza, con entierro o sin entierro de la sardina, entramos de lleno en la cuarentena cuaresmal, que rompe la marcha del tiempo corriente, u ordinario como lo llaman los especialistas en liturgia cristiana, y nos mete decididamente en un tiempo de preparación para las fiestas mayores de la Semana Santa y de la Pascua.

En este hemisferio norte nuestro, no es indiferente, sino significativo, que la cuaresma y la Pascua, "pascua florida" la llamaban nuestros mayores, coincida precisamente con el tiempo de primavera. Podemos decir que se trata de un cierto tiempo de letargo en que, prescindiendo de muchas cosas habituales como la comida y la bebida de las carnes y los alcoholes, algunos dirán también del tabaco, nos vamos preparando para la gran fiesta, en la que nos revestiremos con la explosión de la vida pascual.

Merecen la pena las renuncias de los ayunos y abstinencias que nos llevan al gozo de los misterios pascuales, entre nosotros expresados a veces como del tiempo de los huevos de Pascua o los tradicionales y charros hornazos. Aunque para los más conspicuos las fiestas lleven consigo realidades más profundas y trascendentales, como pueden ser los misterios de la muerte, del sufrimiento y de la vida que, para los cristianos, significan el encuentro con el Cristo resucitado que vence al dolor humano y al mal de los frecuentes pecados o transgresiones morales y humanas propias de nuestras naturales debilidades carnales y terrenas.

En tiempos de violencias, guerras continuas y transgresiones morales que imperan en nuestro mundo, no estará demás que nos retiremos a estados, individuales y comunitarios, de silencio, de reflexión, de iluminación, incluso apoyados en las sabias sentencias de los libros sagrados o las literaturas clásicas tantas veces llenas de luz y sabiduría.

La tradición cristiana de la cuaresma nos invita a los creyentes a profundizar en la reflexión e iluminación de la Palabra de Dios, que se nos ofrece más abundantemente, no sólo en los solemnes domingos de este tiempo, sino también en las celebraciones diarias, que van más allá de los rosarios o de los viacrucis o procesiones de solemnes pasos más o menos enriquecidos por el arte.

En segundo lugar, nos invita la Iglesia a las renuncias de comidas suntuosas y a la abstinencia de carnes y grasas que nos provocan, entre otras cosas, los colesteroles, las limitaciones de salud y los sobrepesos de riesgo.

Pero estas renuncias y abstenciones no son principalmente un rito externo de purificación o prácticas más o menos fetichistas. Si la Iglesia nos invita a ser austeros y renunciar a la esclavitud a que nos somete el peso de los bienes materiales, nos convoca, sobre todo, a pensar en aquéllos que disponen de menos bienes y esperan de nosotros la solidaridad o caridad que tradicionalmente se ha visto expresada con el término, hoy no demasiado atractivo, de la limosna. No se trata de tapar agujeros y de justificarnos con migajas que disimulen las causas con las que frecuentemente causamos la pobreza, desigualdad e injusticia de muchos de nuestros hermanos, haciéndolos víctimas de nuestros abusos de poder, de soberbia o de avaricia de la peor calaña.

Merece la pena pararse un poco, reflexionar, y aun orar, para superar todas las limitaciones, pecados y miserias que atenazan a la vida humana, y que busquemos y nos preparemos para contribuir al triunfo de la vida, y una vida digna para todos los humanos, que nosotros, los creyentes cristianos, vemos reflejada en Cristo, al que invocamos como nuestro Salvador, y que nos ofrece el gozo y la plenitud de la resurrección y de la vida plena. Nos deseamos, en este año 2015, un buen entrenamiento cuaresmal, que nos disponga para los triunfos y superaciones de la Pascua.

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