Un viejo perro cazador famoso y espanto de liebres, se encontró cierto día con una presa tan grande y gorda que, por más esfuerzos que hizo por llevarla a los pies del amo, tuvo que abandonarla en un sendero. Cuando el cazador se enteró de lo ocurrido, maltrató al animal y hasta quiso quitarle la vida. Este exclamó dolorido y con el acento de la más triste amargura:
¿Qué castigas en mí, amo mío? Bien sabes que ni valor ni voluntad me faltan: me faltan fuerzas y dientes, que he perdido en tu servicio como buen perro (Esopo). "Me faltan fuerzas y dientes, que he perdido en tu servicio como buen perro". ¡Qué pena! El can era valorado y querido mientras era útil.
Podríamos decir que muchos seres humanos son tratados peor que los animales. Mientras son jóvenes y útiles, todo son halagos y atenciones. Cuando ya no producen, ya son una carga entonces se les abandona.
Las estadísticas nos señalan el aumento de personas mayores en nuestra sociedad. Y lo cierto es que hay como un rechazo social para el anciano, pues nuestra cultura no valora la vida que no produce. Es normal, pues, que muchas personas mayores se sientas solas, postradas y llenas de miedos.
El anciano vive en la inseguridad de no saber que va a ser de él en el futuro. Se mueve entre la angustia y el miedo, sin fuerzas para valerse por sí mismo, al no ser reconocido como útil, se siente inseguro, molesto y quisiera volver al seno materno.
Se dice que Dios se hace niño, joven y anciano. Se acomoda a cada edad. Y es el anciano el que tiene una capacidad especial, desde su soledad, para relativizar todo y quedarse con Dios como el único absoluto, en momentos en que la morada terrena se desmorona y las esperanzas humanas flaquean. Es en esta época cuando muchos se acercan a la salvación de Dios y ofrendan la vida como un continuo agradecimiento al Creador.
Desde esta ofrenda debe vivir el anciano el momento presente, sin tratar de refugiarse en el pasado ni mirar con temor el futuro." No se angustien por el futuro, cada día tiene su afán" (Mt 6,34). Con esta actitud vivirá el anciano la vida como don de Dios, saboreándola y disfrutándola con tranquilidad y serenidad.
Una vejez que se improvisa, no sirve. La vejez resulta como se prepare y el resultado de lo que hay en el corazón. Por eso conviene llegar con las manos llenas de madurez y buenos frutos, para que no se queden vacías. Hay que fortalecerse cada día, llenarse de equilibrio, progresar en madurez, generosidad y alegría para poder vivir y disfrutar los últimos días en la amistad del Señor y de los demás.
Al atardecer de cada día, de la vida, seremos juzgados en el amor, decía San Juan de la Cruz. Quien ama a un anciano y lo ayuda al flaquear la cabeza, no envejecerá, sino que recogerá los frutos que ha sembrado: disfrutará de la vida en su vejez.
Cuando fallan las fuerzas, cuando flaquea la mente, es bueno recibir apoyo y cariño de los demás.
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