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Salvatierra de Tormes: Paisaje después de la batalla
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Salvatierra de Tormes: Paisaje después de la batalla

Actualizado 01/02/2015

Una de las grandes riquezas de nuestra provincia está en su variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía y arte que diferencian a unas de otras y que SALAMANCA rtv AL DIA recorrerá cada semana (GALERÍA FOTOGRÁFICA)

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Si hay algo que distingue a Salamanca de otras provincias es su gran variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía y arte que la hacen única. Una riqueza al alcance de todos los salmantinos y visitantes que SALAMANCA rtv AL DIA mostrará cada semana. Propuestas turísticas que también pueden conocerse ampliamente en la web de la Diputación de Salamanca http://www.salamancaemocion.es

En este paseo por la provincia, nos acercamos a Salvatierra de Tormes.

Texto: Juan Francisco Blanco

El cielo de Salamanca encuentra su reflejo más fiel en el espejo cristalino de sus mares interiores (Almendra, Aldeadávila, Saucelle, Santa Teresa?). La villa de Salvatierra de Tormes, uno de los enclaves estelares de la provincia, también se mira desde la puerta sin puerta del río, permanentemente abierta en su muralla desvencijada, en el primero de los lagos artificiales que cortan la respiración acompasada del Tormes. El pantano de Santa Teresa te devuelve una imagen irreconocible de lo que fue su itinerario secular, de sus juegos de guerra con el infiel en una frontera que determinó su nombre.

La noche del solsticio de verano, que es la noche de todos los encantamientos, se encienden, como fuegos fatuos, las ánimas de aquellos que habitaron este lugar privilegiado y que vagan ahora por el patio de armas asilvestrado del castillo de la Mora Encantada, entre las ruinas de la torre del homenaje, para colarse por los huecos de las troneras y aspilleras, por las grietas del cubo y del adarve. Este castillo, atrincherado tras una muralla medieval construida con pizarra y que abría otras tres puertas, es su emblema en la distancia. Este faro, que ilumina ahora la vega anegada del Tormes y brilla en sus aguas esmaltadas de plenilunio, era vigía permanente del trasiego de las artes de pesca del trasmallo que se empleaban para abastecer a las poblaciones de las dos orillas. Barbos y bogas cabalgan aún, en la memoria de mi infancia, de pueblo en pueblo y llegan a Salvatierra a lomos de los mulos, sobre lecho de helechos de la sierra que conservan su frescura con la misma eficacia que las cántaras de Cespedosa el agua, tal y como he conservado yo hasta hoy aquel recuerdo de niño. A la sombra de aquellos pescadores y desde el magisterio de tío Pepe Chacurra aprendí a retorcer alfileres para elaborar anzuelos y a ejercitar la paciencia infalible de la espera.

A Salvatierra te llevan dos caminos principales

El de Montejo te presenta en primer plano y de frente la villa, en un segundo plano el pantano y, al fondo, la mole de ese gran quelonio durmiente, llamado Cerro del Berrueco, cuya verdadera y prodigiosa historia revelaré algún día. El camino de Aldeavieja arranca en Guijuelo y viene reptando, persiguiendo el perfil sinuoso del pantano para ofrecerte la silueta inconfundible de la Villa, con el castillo ?el palacio lo llaman allí? en su extremo sur. Antaño, un tercer camino cruzaba el puente sobre el Tormes y subía hasta entrar por la puerta del río. Hoy no quedan ya ni puente ni camino. Existe un cuarto acceso a la Villa, que viene desde Pizarral atravesando la dehesa.

Sea cual sea el camino elegido, darás de bruces con su plaza mayor, lugar idóneo para concilios de chamanes y brujas, de sombras espectrales. Esta plaza es cáliz que guarda la sangre de los sacrificios cruentos y sagrados de ese dios de la tradición popular que es el toro. Testigos desarmados por el tiempo inclemente, se asoman al ara la talanquera y los toriles, la cárcel del siglo xvi remozada, y también la casona, la casa del corregidor y la sinagoga. Desde la plaza, has de bajar por la calle empedrada hasta el mirador del castillo. Dejarás a la derecha los lavaderos y las escuelas, con un crucero hermoso. La visión de ese gran abrazo del agua será un bálsamo para tu espíritu.

Tras este primer impacto, regresa a la plaza y toma la calle larga, que te lleva a la iglesia; verás enseguida a tu siniestra, el altozano con su caño de dos caras de la fundición Moneo que vertía agua en otro tiempo al gran abrevadero de hierro oxidado. Hoy ese caño está seco y ha cedido el testigo del agua de manantial a otro de factura en piedra de cantería levantado a su vera. Y cabe los dos caños, la alhóndiga, travestida antaño en teatro. Ahora alberga actos culturales y encuentros festivos. En sus paredes cuelgan fotos de atrás y también aquellas célebres coplas del gato que tía Pepa la Gorda enhebraba con dramatismo y regocijo. Que nadie se vaya de la Villa sin leerlas: se asomará al ejercicio juglaresco, sin otro sostén académico que la escuela de la vida. Volverás a la calle principal para dejarte sorprender por las casas imponentes a ambas manos, con sus portones con mirillas enrejadas, de los más hermosos que conozco; con sus blasones en dinteles o esquinados, con los hostigos de las casas protegidos con surcos bien echados de teja árabe; con el caserón con fachada decorada con trozos de mica que arrancábamos de niños con las uñas, y en la que, según reza una lápida, nació un notable de la villa: don Filiberto Villalobos, don Fili para los salmantinos.

Alcanzarás la iglesia, cuya titular es Nuestra Señora de Monviedro, y darás cuenta, si la observas con detalle por fuera, de las distintas etapas de su construcción; girarás una vuelta por su ronda y descubrirás con emoción su reloj de sol, que cría líquenes y mira al sur y llegarás a la piedra con relieve visigodo que cumple como jamba en la ventana de la sacristía. Entrarás, al fin, y su enorme portal con precioso empedrado te preparará para una nueva sucesión de sorpresas: el retablo mayor churrigueresco, con la titular del templo, las imágenes de san Pedro y san Pablo, y en otros altares una diversidad iconográfica (tal vez procedente de las otras dos parroquias o de las tres ermitas con que contó Salvatierra) que da cuenta de las devociones populares a san Roque, santa Lucía, santa Águeda, san Antonio Abad (san Antón por duplicado), san Antonio de Padua, santa Rita, san Isidro o ese tríptico de la pasión que componen el Cristo de san Martín, el Yacente en su urna de cristal que me impresionaba de niño y la Dolorosa con sus siete puñales. En el coro, un órgano barroco imponente y desolado por el silencio. Desde allí se accede al otero incomparable del campanario. Si sales del templo, dirígete por tu derecha hacia el cementerio, siguiendo el itinerario de la procesión del viernes santo que culmina en el calvario de piedra de granito, junto al cementerio, a cuya entrada, sobre un arco de medio punto, una lápida de pizarra confiesa la fecha de su construcción en 1891. Llama la atención el paredón singular de nichos con crestería de cruces de hierro fundido.

Los pezuñeros

especie endémica de la flora local, han colonizado las ruinas de Salvatierra. Las paredes de pizarra sirven para dar cobijo a los basilios, cuyas hojas carnosas y desvestidas de una fina piel, se aplicaban de manera eficaz a las heridas según el vademecum de la medicina popular. Cada estación del año proporciona una luz singular a la Villa. También requiere, eso sí, una contemplación pausada en aquellas calles silenciosas. El mirador del castillo ofrecerá siempre argumentos suficientes para justificar una escapada.

No conozco otro lugar como Salvatierra con semejante capacidad de fascinación. Su morfología de paisaje después de la batalla, de sueño o pesadilla redivivos, hacen de Salvatierra un nuevo Macondo, una evocación de otra realidad puramente mágica y seductora. Pero las ruinas de Salvatierra no son hoy aquellas que saltaba y exploraba de niño, mientras era testigo inconsciente de su deterioro implacable. Las calles se muestran arregladas y limpias, las mismas ruinas no parecen fruto de la desidia sino del mimo de quien las ofrece como una parte irrenunciable de su identidad, como cicatrices de las muchas heridas del tiempo, como arrugas en fin que ennoblecen y avalan la sabiduría acumulada. Todos queremos creer que la Villa ha iniciado un camino de dignidad y de respeto por sí misma, aunque siga siendo aún víctima propiciatoria de los procedimientos administrativos.

Salvatierra, si aún no la conoces, debe ser la primera obligación que te marques en tu agenda-manual de primeros auxilios para la supervivencia. Si la conoces, te reclama de nuevo. Salvatierra es otra dimensión.

FOTOGRAFÍA: VICENTE SIERRA PUPARELLI

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