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¿Crecer o distribuir?
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¿Crecer o distribuir?

Actualizado 23/01/2015
Juan Robles

En estos días me he sentido dolorosamente golpeado por la difusión del estudio de la ONG Intermon-Oxfam: "Informe IO Crisis, desigualdad y pobreza", en el que se da a conocer que el 1% de los habitantes del mundo poseen tanta riqueza como el 99% restante.

El Papa Francisco ha denunciado casi de continuo el escándalo de la escandalosa existencia de la pobreza en el mundo, y de la insultante condición de la multitud de personas, especialmente niños, que mueren a causa del hambre. Es intolerable que en este avance del siglo veintiuno, en que la tecnología y la ciencia están tan avanzadas que sabemos con seguridad que se pueden producir tantos bienes como son necesarios para alimentar a los más de siete mil millones de habitantes que pueblan nuestra tierra, siga habiendo tanta pobreza, miseria y muerte como fruto del hambre reinante.

En España estamos esperanzados porque, tanto nuestros gobernantes como el Fondo Monetario Internacional (FMI), pronostican el crecimiento de nuestro producto interior bruto en un dos por ciento para el año 2015, y una cantidad próxima a ese dos por ciento para el año 2016. En ello se fundamenta la esperanza de que se haga realidad la posibilidad de hacer crecer los puestos de trabajo que consoliden la mejora de nuestra producción y la superación constante del bienestar social.

Se suele asociar la creación de puestos de trabajo al crecimiento de la economía por encima del dos por ciento. Y, sin embargo, eso no resolverá la necesidad de que todo el mundo pueda acceder a un puesto de trabajo o participar de una asistencia social suficiente para sobrevivir dignamente y para beneficiarse de la necesaria seguridad social y de la salud a la que todos tenemos derecho.

Aun en los países que crecen económicamente no se resuelven las terriblemente injustas desigualdades. Ya muchos confiesan que en estos momentos de crisis mundial, los ricos están siendo cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Esto ocurre tanto en España como en el resto del mundo.

La solución a las desigualdades sólo podrá tener lugar si las riquezas que se producen, y lo mismo se puede decir de los puestos de trabajo, no sólo crecen sino que, sobre todo, se reparten mejor entre todos, favoreciendo especialmente a los más necesitados, a los más pobres. ¿Cómo hacerlo? ¿Elevando los impuestos de los más poderosos y ricos? Otro modo de acercar posiciones entre ricos y pobres podría hacerse, o contribuiría a ello, rebajando el costo de alimentación, casa, vestido, salud y demás productos destinados a cubrir las necesidades básicas. El mercado a base de liberalismo puro y duro es un tremendo fracaso. Hay que hacer leyes y prácticas que favorezcan positivamente a los más pobres; de otra forma los débiles seguirán siendo cada vez más menesterosos.

Lo mismo se podría decir de las relaciones entre los diversos estados. No vale hacer reglas, de comercio por ejemplo, que favorecen sólo a los más poderosos a costa de los menos desarrollados. El crecimiento de unos estados frente a otros, para superar, por ejemplo, el dos por ciento de producción, sólo se puede hacer a costa de los estados que no producen o que sólo pueden sobrevivir gracias a lo que producen los demás, especialmente los poderosos. Sólo se pueden enriquecer unos a costa de la pobreza de los otros.

¿No sería posible plantearse un crecimiento equilibrado de todos los países, los del norte y los del sur, los del éste y los del oeste? Lo mismo que no podemos enorgullecernos en nuestra sociedad española por el crecimiento de la economía mientras ese mismo crecimiento no llegue y favorezca especialmente a los más pobres. Y es totalmente injusto que el país crezca a costa de los que no pueden crecer.

Sigue, pues, en pie el grave e incómodo interrogante, con rango de desafiante disyuntiva: ¿crecer o distribuir?

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