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Costumbre de "Ir a ver la novia"
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EUTIMIO CUESTA

Costumbre de "Ir a ver la novia"

Actualizado 19/01/2015

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Antaño, el baile era en la plaza. El baile del domingo era la única oportunidad que teníamos los jóvenes para vernos, para tocarnos, para sentirnos y para charlar un rato; el resto de la semana, se tenían muy pocas oportunidades, porque se trabajaba de sol a sol, y porque no era bien visto, por la masa de la gente, que los muchachos anduviésemos de arrumacos a plena luz del día, y menos a la sombra de la bujía. Las chicas iban al baile en panda; los chicos, después de merendar en la taberna y de superar la timidez con los efectos de la jarra, también se acercaban al baile en panda; siempre se iba a todos los sitios en cuadrilla. No nos sabíamos divertir de otra manera, sino era en grupo, de compañeros y con contrarios, no había juegos individuales ni consolas ni esos artilugios con que juegan hoy los chavales. Una vez en el baile, se oteaba el horizonte y se seleccionaba la chica con la que se podía bailar, pues ya sospechabas, de antemano, qué moza te podía recibir con cierto agrado. Hay muchas maneras de saberlo.

Una costumbre, muy normal, pero que molestaba mucho al medio enamorado, era "pedir favor". A media vuelta, cuando empezaba a animarse la conversación con la chica, se acercaba otro a pedirte que le dejaras bailar, y, claro, tú hacías lo mismo. A veces, se negaba la chica y la bronca era sonora, porque el mozo se sentía menospreciado. Era curioso el frecuente cambio de pareja, cuando una chica era apetecida por dos o tres chicos. En el momento, en que bailaba uno de los contrincantes, el afectado mandaba a uno de sus amigos a quitarle y, después, se acercaba él a pedirle favor; la rueda era intermitente durante todo el baile y la situación tensa terminaba en duras peleas de gallos encelados. Ganaba quien conseguía acabar bailando con la muchacha en la última vuelta, pues tenía el gran privilegio de acompañarla a casa. El amor montó muchas guerras sin tregua.

En esta trapisonda, se forjaron casi todos los amores que se han creado en el pueblo. (En capítulo aparte, se recogían los apaños que urdían los padres en sus visitas a la cocina o en los encuentros intencionados en la calle, que no eran poco frecuentes en aquellos tiempos, para amañar el futuro de sus hijos; para estas parejas la complicidad era menos emocionante y menos intrigante, pues se les daba todo hecho). Cada uno de nosotros podemos contar nuestra experiencia.

Cuando éramos medio novios, los encuentros se hacían meditados. Todo eran pretextos: o se salía de casa a buscar agua al pozo en el momento preciso, en que el muchacho salía de trabajar; o se iba a ver a una amiga; o se iba a hacer la visita a la iglesia; o se iba a rezar el rosario por un difunto durante los ocho días posteriores a su fallecimiento o en los aniversarios; o se cogía el hermano pequeño o al hijo de la vecina, y se iba a dar una vuelta?De aquí el refrán de mi abuela: "Las mozas con niño holgan sin vergüenza". Se inventaban mil artimañas con la misma intención.

Si se formalizaban las relaciones, se disfrutaba de un poco más de libertad. Si se pasaba por la puerta de la novia, el mozo daba un pequeño golpe en la puerta y salía la moza con la anuencia de la madre, pero, claro, se era más tolerante, porque la puerta era de dos hojas y la de abajo estaba cerrada. Era tan frecuente esta imagen en el pueblo, que el refranero también puso su apunte: "En Macotera, una dentro y otro fuera", y, al mismo tiempo, porque la canción era ley: "A media luz los besos". En esta circunstancia, ya te dejaban entrar en casa, pero, anteriormente, tenías que haber demostrado a la chica tus formalidades, y de que tus intenciones eran buenas. Vamos, que ibas en serio, si no, ella no tenía arrestos para rogar a sus padres que te dejasen entrar en casa, e ir a buscarla para ir de paseo y, mucho menos, que te dejasen los miércoles y los sábados pasar, con ella, un rato después de cenar. Y, en esta oportunidad, funcionaba la badila, como aviso de que ya era la hora, y también el consejo de que "los besos no hacen hijos, pero tocan a vísperas". A este ritual nocturno, se le decía "ir a ver la novia".

Nosotros ya vivimos de nostalgias y añoranzas, de sueños que nos ilusionaron en nuestra juventud, y que hoy devanamos en nuestra memoria, mientras pasamos las largas horas de la mañana y de la tarde en esos lentos paseos apoyados en ese complaciente cayado, que nunca se queja, que nos sigue siendo fiel, que nos lleva en ese caminar paciente hasta el fin de las cosas.

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