No es cierto que el Islam sea ajeno al terrorismo actual.
Lo sería si también hubiese matanzas reivindicadas por el luteranismo, el budismo, el catolicismo o el sintoísmo, pongo por caso. Pero no es así. Aunque, claro está, reconocerlo resulta políticamente incorrecto.
Le sucedió a la fallecida periodista Oriana Fallacci, quien mientras no criticaba a la izquierda o fue novia del torturado Alekos Panagulis, era alabada por el sedicente progresismo de la época. En cuanto comenzó a denunciar la decadencia de la civilización occidental, amenazada por el fundamentalismo islámico, se la trató casi como a una apestada.
Pero ya me dirán: más allá de los últimos atentados de París, ¿cuántos miles de personas son asesinadas diariamente por los grupos armados islamistas, llámense Boko Haram, Al Qaeda o Estado Islámico? ¿Y quién ha armado a esos grupos sino los propios países occidentales y democráticos que, por serlo, están en su punto de mira?
No hace muchos años, aún existían en el Próximo Oriente estados laicos. Brutalmente antidemocráticos, pero laicos. Gracias a la intervención occidental en Irak, Libia, Siria,? ahora existen amplias zonas de represión incluso más brutal que antes, con muchos más miles de muertos, pero, eso sí, asesinados en nombre del valor supremo del islamismo. ¡Menudo negocio ha hecho un Occidente inerme que se dedica a dar armas a sus enemigos!
Eso es así aunque resulte políticamente incorrecto el reconocerlo: ¡encima no se nos vayan a cabrear!
De ahí la hipocresía de nuestros políticos y la cobardía de cierta izquierda que prefiere mantenernos en peligro antes que cuestionar los presuntos derechos de los terroristas. Quizá sea porque nosotros no llevamos escolta, como ellos. Quizá sea porque a nosotros no nos importa que se sepa si viajamos a Benidorm o a Mozambique y a ellos les molesta que sepamos si viajan a las Bahamas o a Suiza.
Lo cierto es que marear el peligro terrorista en vez de afrontarlo con sinceridad también acabará por pasar factura a unos políticos más pusilánimes que honestos.
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