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Unamuno y el convento de San Esteban
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Unamuno y el convento de San Esteban

Actualizado 31/12/2014
Juan Antonio Mateos Pérez

Un 31 de diciembre hace 78 años, muere en su casa de bordadores, don Miguel. Agónico, desesperado, horrorizado por el "mal de España". Un día frío, cuentan que ese día nevó en la ciudad, se helaron las calles y los canalones de agua. Sobre las cinco de la tarde, sentado en una mesa camilla al brasero, recibió su última visita, un joven falangista llamado Bartolomé Aragón. En el fervor de la conversación, Unamuno gritaba: ¡Eso no puede ser, Aragón! ¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!. Al rato, agotado, murió.

Eran meses de reclusión y de arresto vigilado en su casa, desde el silencio y el dolor repasa su vida y sus muertes. Escribe este poema el día 12 de noviembre:

Oh muertes de mi vida

cifradas en anillo

de oro donde se anida

recuerdo que es castillo

de sueños con su dedo

me toca cada noche

a abrirme en puso quedo

el misterioso broche

que las visiones cierra,

que aguarda con su mano

de amor, que es ahora tierra,

y su tierra es arcano (VI, I421)

[Img #188460]

Ese silencio y desesperación, lo vivió muchas veces, no sólo gritaba el abandono de España, también otros abandonos. Sintió de forma personal el abandono de Dios, expósito y huérfano de Él en su juventud y desesperado y agónico en la crisis de 1897. La enfermedad y la presencia de la muerte cercana de su hijo Raimundín que, a los pocos meses de nacer sufre un ataque de meningitis, se le paraliza la mano y empieza a desarrollarse la hidrocefalia: Duerme, mi pobre niño, goza sin duelo?Morirás con la aurora, flor de la muerte/ te rechaza la vida?/que es del dolor la muerte tu único asilo?" Al silencio del niño, se le suma el silencio de Dios y reconsidera su vida y su fe ¿No será un castigo de Dios por mi soberbia? ¿No será un castigo por abandonar mi destino de servir a Dios como sacerdote?

La noche del 21 al 22 de marzo, en plena cuaresma, siente el vacío de la nada y un fuerte dolor en el pecho, don Miguel llora amargamente. Sale de su casa de madrugada, en un vagabundeo por las calles de la ciudad, va a parar el convento de los Dominicos. Allí estará encerrado, pasará tres días de angustia y oración de cara a la pared, no asiste a sus clases y comparte con los frailes la liturgia conventual. Estará dando salida tensiones psicológicas y metafísicas, en una profunda crisis existencial.

Tenía trato amistoso con el prior Fr. J. Mª Suárez, con Fr. Rodrigo Díez y otros, allí percibía un clima de acogida y comprensión. De esta profunda experiencia empezará a escribir el Diario íntimo, sólo conocido por sus amigos más cercanos y publicado mucho tiempo después de su muerte, en el año 1970. En su Diario íntimo anotará la antífona Media vita in morte sumus, del rezo de Completas de tiempo de cuaresma del breviario dominicano:

"Media vita in morte sumus. Quem quaerimun adiutorem nisi te, Domine, qui pro peccatis nostri iuste irasceris? Sancte Deus sancte fortis, sancte et misericors salvator: amare morti et tradas nos".

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Ese mismo año acude a la Peña de Francia, aunque los dominicos no habían recuperado todavía el santuario, que será en el año 1900. Irá acompañado del jesuita padre Lecanda, director espiritual de su etapa de los luises de Bilbao y con el que había pasado la Semana Santa en Alcalá de Henares. En 1909 está en la Peña de Francia con su amigo Fr. Matías García, posiblemente con el que mayor afinidad tuvo y con el que tendía sus más íntimas confidencias. Se encontraban también el padre Arintero, Fr. Vicente Beltrán de Heredia y Fr. Cecilio Morán y Morán. Pero, de la Peña de Francia y Unamuno, hablaremos otro día. Aunque, el silencio de la Peña será un lugar de gran inspiración, en el mes de agosto de 1913, comenzó a perfilar los primeros versos de su Cristo de Velázquez, que irá madurando y perfilando durante siete largos años, hasta que lo publica en 1920.

Eran celebres las conversaciones religiosas con el padre Arintero, Unamuno en su vuelta a la fe y a la religiosidad da rienda suelta a la razón y a los impulsos intelectuales en su empeño de desvelar la Esfinge ? así llamaba a la religión-, o la descifro o me devora. Posiblemente, impregnado de grandes dudas, de una fe que no se deja atrapar con la sola razón, el misterio del más allá, la muerte, el silencio de Dios que provoca un sentimiento trágico de su existencia. O tal vez, la conversación se convertía en un monólogo, como observara Ortega, hincaba el estandarte de su "yo" como un señor feudal y todo giraba en torno a él. El padre Arintero que le llama a refrenar los excesos, ir a lo esencia, le aconseja humildad y oración, pero sobre todo, que practicara la religiosidad. Durante algún tiempo Unamuno participará de la asistencia asidua a la Misa. Estas conversaciones con el padre Arintero, se produjeran, para su propio disfrute, en claustro viejo o de los aljibes, al que gustaba llevar a muchos de sus amigos.

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Muchas de las páginas de unas de sus obras más profundas, El sentimiento trágico de la vida, fueron discutidas con los frailes del convento, sobre todo con el padre Matías García y el padre Getino. Mano a mano, palabra a palabra en los atardeceres del Monte Oliveti. Será asiduo a las sesiones de la Academia de santo Tomás, fundada por el dominico francés Gil de Villanova, en el año 1881, con profesores de la universidad de Salamanca y frailes del convento de San Esteban.

En su Cristo de Velázquez, tiene una obsesión por Dios, no hay escritor que más profiera su nombre. Dios le persigue como a un nuevo Saulo. Va perfilando en estos versos un sentimiento trágico, mientras que la razón niega la existencia de Dios, el corazón lo afirma. Es una razón cordial: siente el pensamiento, piensa el sentimiento. El sentimiento es el núcleo de la conciencia personal, del cual deriva el modo de entender el mundo y el modo de acoger a Dios. En este, Cristo ocupa una posición central en esta obra, tan central que le obsesiona. En Cristo ha encontrado la humanidad, el camino hacia Dios, que nos hace partícipes de su naturaleza divina, pero también es el hombre, como ser creador.

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