Artículo de José Abel Flores, catedrático de Micropaleontología y Oceanografía de la USAL y Premio Castilla y León de la Protección del Medio Ambiente 2011
Albert Camus en L'homme révolté escribía, si bien preocupado de aspectos elevados, metafísicos como el reconocía, aunque perfectamente aplicable para esta prosaica Ciencia de la Tierra en la que me muevo ? car la capacite d'attention de l'homme est limitee. Elle doit etre reveillee sans cesse, eperonnee par la provocation? En castellano vernáculo vendría a decir que la atención de los humanos es limitada y precisa de constante provocación para estimularla.
El científico tiene sus funciones definidas y asumidas: generamos conocimiento que proyectamos y diseminamos de acuerdo con los cauces del propio sistema que hemos generado: publicaciones de carácter técnico en las que discutimos y tratamos de convencer a quienes se mueven en ambientes cercanos, empleando jergas complejas, estrafalarias para ajenos o poco afines, lejos de la comprensión de los no iniciados. Algo lógico entre expertos pero que, no olvidemos, merece y debe ser transmitido a otros estratos con el lenguaje y nivel adecuados para su correcta comprensión, sin perder rigor, espoleando curiosidad. El aspecto de la divulgación científica, no siempre bien comprendido ni aceptado por los implicados en generar Ciencia, es un servicio complementario que merece ser considerado y valorado como complemento imprescindible de la misma generación de conocimiento. La correcta expresión de una idea, de un experimento y de sus resultados; la explicación de su importancia, de su transcendencia, es fundamental para que la Ciencia se sitúe en el lugar que socialmente le corresponde, codo con codo con el resto de las actividades y disciplinas intelectuales que se enmarcan tradicionalmente bajo el epíteto de Cultura. Por lo tanto el provocador que incite al hombre a adquirir conocimiento, de cualquier tipo, a cualquier nivel - en este caso particular del científico-, ha de ser siempre bienvenido.
Los divulgadores o informadores de Ciencia, al margen de cuál haya de ser su formación y proveniencia, no abundan, por ello cualquier iniciativa que cumpla con los requisitos de solidez, sin olvidar el otro de amenidad, tiene que ser considerada casi en términos de hazaña. Y esto, en buena medida propuesto en L'homme révolté, es lo que han aportado con su trabajo diario, en medios diversos, yendo y viniendo, un grupo de personas reunidas bajo las siglas Dicyt en nuestra región, en Castilla y León, desde hace años. Una agencia preocupada de presentar y explicar lo que producimos ese grupo de académicos y profesionales incluidos en el término científicos, emplenado el lenguaje que a veces a nosotros se nos hace complejo por su propia simplicidad. Un grupo que ha acercado lo enredado de nuestros estudios hasta hacerlos familiares, lanzándolos a los medios del público más diverso, y, cómo no decirlo, ayudando a que adquieran un valor social que nosotros seríamos incapaces de plasmar.
Así, consciente de las carencias del científico no siempre divulgador -a veces alejado del día a día-, que encuentra dificultades en hallar la forma de provocar para captar atención, del profesor que aprende escuchando cómo expresan otros lo que él mismo hace, el agradecimiento. Hoy no es el momento de mencionar la sana envidia que siento al leer alguno de sus textos.