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Grupoide social
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Grupoide social

Actualizado 07/12/2014
Asprodes

El puñadito de jóvenes que se apalean y matan entre ellos, merecen ser extraditados a una isla desierta para que se entretengan haciendo castillos de arena donde encerrarse y se alimenten de cortezas arbóreas.

El puñadito de jóvenes salvajes que se apalean y matan entre ellos, mientras destrozan lo que encuentran a su paso, inquieta a los ciudadanos por la impunidad de su juego con la vida de los demás, los bienes ajenos y el mobiliario urbano, sin que la justicia los extradite a una isla desierta para que se entretengan haciendo castillos de arena donde encerrarse y se alimenten de cortezas arbóreas enmohecidas.

Fauna exterminadora que actúa con pretextos futboleros, manifestaciones, botellones y festejos santificados, cuando la libertad abre las puertas de su jaula y deja en libertad al grupoide de vándalos que campan por sus respetos, sin respetar la merecida paz de los vecinos y haciendo añicos bancos municipales, fachadas, puertas y farolas, que pagamos los demás, dejando rastro similar al paso de los cuatro jinetes de la Apocalipsis, la marabunta, las plagas de Egipto o el caballo de Atila.

Pero no confundamos el todo con la parte, pues la gran mayoría de jóvenes nada tienen que ver con la minoría de quienes forman estructura social de grupoide, aunque sea esta muy ruidosa, irresponsable, dañina, temeraria e indeseable, porque la mayoría de estos bárbaros tienen esquemas mentales tan reducidos que no satisfacen siquiera la propiedad conmutativa que les autorizaría a formar parte del mayoritario grupo civilizado.

Muchos de estos patanes de feria son elementos neutros en manos de su simétrico, el jefecillo de la banda. Y, como buen grupoide, ni siquiera cumplen la propiedad asociativa, porque su exclusión del mundo racional sólo les permite juntarse como las reses, pero nunca asociarse civilmente porque para eso se necesita el sentido común que da cabida en la frente al perfil de una tarjeta.

Al contrario que los toros de lidia, cuando están aislados, muestran la mansedumbre de los cabestros y basta una palmada para que salgan corriendo con el rabo entre las piernas a esconderse como ratas en las alcantarillas. Pero jaleados por la manada y desinhibidos por el alcohol, son capaces de acuchillar Las Meninas, darle un martillazo al David o quemar El Quijote.

Es difícil comprender a estos cafres, pues el cerebro se bloquea cuando la lógica pierde el rumbo en las extensas planicies de sus encefalogramas planos. Tal vez por eso los sufrimos con desprecio, sin entender el daño gratuito que producen, el perjuicio indiscriminado que generan o las lesiones caprichosas que ocasionan, propias de sujetos irracionales con mentes deformadas.

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