Todo se mueve a gran velocidad, contamos nuestra existencia por la eficacia y no dedicamos tiempo a lo que nos llena, a lo que en apariencia no sirve para nada. Quisiera en estos momentos hacer un elogio de la profundidad, en la búsqueda de lo esencial, en un tiempo de adviento. Este kairós, recuerda que la presencia de Dios se ha producido, pero tiene que crecer y madurar en el corazón de cada ser humano, para pueda brillar en la noche del mundo. Es importante encender esta luz en una cultura del descarte, donde el centro del ser lo ocupa el dinero y el consumo y no la persona en su dignidad.
Desde esa espera y esperanza, quisiera hablar de Simone Weil, una mujer a la espera de Dios. Albert Camus pensaba que la construcción del pensamiento europeo y el germen de la nueva Europa, sería impensable sin Simone Weil. Parisina, fil
ósofa, profesora, comprometida con los pobres, sindicalista, fresador en la fábrica de coches Renault, militante marxista, idealista alistada en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil española. Quedará horrorizada por los asaltos a iglesias y los fusilamientos de clérigos, le recuerdan las matanzas de obreros por Stalin en los procesos de Moscú. Su breve experiencia de la Guerra Civil Española significó un punto de inflexión en sus futuras reflexiones, en las que despuntan cuestiones metafísicas y religiosas, que darán paso a lo que se ha denominado la "fase religiosa" de su pensamiento. Viviendo la semana Santa en la abadía benedictina de Solesmes, experimenta un giro en los asuntos de su vida y la materia de su obra, algunos hablan desde aquí de "conversión", llegando a decir "el pensamiento de la pasión de Cristo entró en mí de una vez para siempre".Acude asiduamente a ceremonias religiosas y leerá autores místicos, con lo que empieza armonizar la cultura clásica con el cristianismo. Se resistirá al bautismo, es una actitud intelectual y por un exceso de materialidad y riqueza que veía en la Iglesia. Toda su vida anduvo buscando ese momento del encuentro entre la perfección divina y la desgracia de los hombres. En los campos de concentración o las matanzas obreras en el mundo stalinista, Simone Weil descubre el concepto de la Gracia. En él influirán de una forma decisiva el universalismo de Pablo de Tarso, en especial concepto del amor sin límites que emanaba del de su predicación. Un amor que no es de este mundo, pero que llena y da sentido al mundo. Un amor que es imagen de Dios que da a su Hijo para la salvación de todos los hombres, sin mérito (Rom 5,6). Un amor Universal, sin barreras, sin categorías de raza, sexo (Gal 3, 28). Un amor al prójimo es la plenitud de la ley y el compendio de toda vida moral (Gal 5, 14; Rom 13,9). Pablo pudo formular este principio de universalidad en el amor de una manera teórica y práctica, desarrollando una teología e impulsando un movimiento eclesial que vincula ya todos los humanos.
Subrayaba Simone weil, que el Universo se ha regido por dos fuerzas, la necesidad (gravedad) y la gracia (la luz) y ambas fuerzas son excluyentes. En cuanto a la necesidad, es seguir ciegamente la "ley natural". La filósofa describe esta ley a través de dos características: a) la expansión del poder y b) la propagación del dolor. En la medida en que el ser humano actúa motivado por estas dos características que definen la ley natural, está actuando inspirado por la necesidad. Cuando nos guiamos por la necesidad, es natural que el fuerte someta al débil. Donde falta la gracia, no hay equilibrio, no hay posibilidad alguna para la justicia, sólo para la ley del más fuerte. Es la justicia de los vencedores.
Se puede resumir la acción inspirada en la necesidad como la obsesión por dominar al otro. Y la forma más brutal de dominar al otro consiste en hacer que sufra en mi lugar, es decir, en transferirle mi propio dolor. Esto nos lleva a la desacralización del otro, puesto que nada significa, puede transferirle todo el dolor sin remordimientos. Desde el momento que decidimos que la vida del otro no vale nada, quitársela es lo más natural del mundo.
La ley natural es lo que se impone, es raro acciones de generosidad y compasión. Pero la gracia impide imponer la ley natural, el poder sobre el otro y transferir el dolor. La diferencia esencial radica en la distinta percepción del otro. Quien actúa motivado por la necesidad percibe en el otro solamente un competidor, ve a alguien a quien no considera digno de respeto. Quien actúa motivado por la gracia, por el contrario, percibe en el otro un ser digno de respeto y atención. La gracia es caracterizada como algo excepcional, pero la posibilidad de actuar inspirándose en ella, está al alcance de todos, esto es, no tiene absolutamente nada de excepcional. Solamente actuando inspirado por la gracia puede impedirse la brutalidad, por ello ésta es "el único principio de justicia en el alma humana".Un gobierno justo sería aquél, afirma Simone Weil, en el que estuvieran integrados tanto el más fuerte como el más débil, tanto el vencedor como el vencido. Donde no hay fuerzas equilibradas, no hay posibilidad alguna de justicia. Todo ser humano es intermediario entre el más débil y el Bien Absoluto, por lo tanto, el yo no es originalmente un sujeto de derechos, sino un sujeto de obligaciones hacia el otro. La perspectiva aquí es muy diferente, al afirmar que el ser humano es primeramente un sujeto de obligaciones, estamos de hecho afirmando que "soy yo quien le debe al otro" sus derechos. Resulta una acción desde mí hacia el otro. La noción de obligación, por lo tanto, está por encima de la de derecho, la cual le está subordinada y es relativa a ella.
Esto es un giro copernicano, tal como hoy entendemos los derechos, sobre todo los derechos sociales. Para un gobierno es más cómodo reconocer los derechos, trabajo, vivienda, educación, sanidad, etc., que no la obligación de estos derechos. El gobierno declina la responsabilidad de la pobreza de grandes capas de la población. Simone Weil, nos ha dado una pista muy importante en el concepto de justicia y derechos humanos. La obligación, y no el derecho es un concepto absoluto, se basta él solo. La obligación existe incluso en la soledad del sujeto, mientras que son necesarios al menos dos sujetos para poder hablar de derechos.
Tener obligaciones hacia el otro significa atender a sus "necesidades vitales", sin las cuales su vida física y espiritual correría un grave riesgo. La primera Declaración de las Obligaciones Universales del Ser Humano es de 1997, casi 50 años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ésta recoge esa advertencia de Simone Weil y concluye, que una sociedad democrática debe atender por igual tanto a los derechos, como a sus obligaciones.
Viene, se sienta entre nosotros,
y nadie sabe quién será,
ni por qué cuando dice nubes
nos llenamos de eternidad.
Nos habla con palabras graves
y se desprenden al hablar
de su cabeza secas hojas
que en el viento vienen y van.
Jugamos con su barba fría.
Nos deja frutos. Torna a andar
con pasos lentos y seguros
como si no tuviera edad.
Él se despide. ¡Adiós! Nosotros
sentimos ganas de llorar.
José Hierro, Caballero de Otoño
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