El pasado día 8 de septiembre, don Carlos López, Obispo de Salamanca, nos decía, "?hemos estimado necesario celebrar una Asamblea diocesana que a modo de misión compartida, abra un cauce de participación del pueblo de Dios en el proceso de renovación pastoral y misionera, al que nos ha llamado el Papa".
Nos encontramos en esa fase en la que necesitamos ir informándonos y tomando la conciencia necesaria para hacer efectiva nuestra participación para el desarrollo de estos objetivos planteados.
Esta iniciativa diocesana y eclesial será muy interesante si aprovechamos los dos años, hasta el 2016, para pensar cuanto haya que pensar, para reflexionar cuanto haya que hacerlo, para programar cuanto haya que programar, para dialogar todo lo necesario,? pero, sobre todo, si somos capaces de dos cosas, de estar mucho más cerca de la realidad cultural, social y económica que nos rodea, y si en medio de esta realidad nuestros gestos y nuestros signos más comprometidos, como Iglesia y en nombre del Evangelio, hemos sido capaces de descubrirlos en la cercanía a los más empobrecidos y con los más empobrecidos.
Creo que la Iglesia debemos hacerla mucho más creíble para los hombres y mujeres de hoy; desde las estructuras diocesanas, que necesitan un cambio importante para no ser solamente gestoras de servicios de burocracia; desde las parroquias, obligadas a ser espacios de esperanza para los sin techo o para tantas personas y familias sumidas en la desilusión y la precariedad; desde las Instituciones Religiosas, llamadas a aportar infraestructuras y recursos necesarios para poner luz en la opción imprescindible por los más pobres; desde la Universidad y otras Instituciones culturales y educativas de la Iglesia, que deben plantearse hacer más fácil el acceso a la educación por parte de colectivos más necesitados y con menos recursos; ?
Hemos de ser más valientes en los signos por los que apostemos, para ser los primeros en afrontar decididamente y sin miedos realidades vergonzosas del mundo de hoy y de muchas familias entre nosotros, como sucede con aquellas donde aparecen limitados o negados en extremo, los derechos fundamentales de toda persona, comida, techo, salud y educación.
Hemos de aprender a estar junto a colectivos no confesionales que apuestan por luchar con las personas afectadas por defender estos derechos fundamentales e innegociables. El planteamiento con el que debemos estar y hacer visible nuestra lucha y esfuerzo nos lo recordaba hace pocas fechas el Papa Francisco en el discurso a los Movimientos Populares, "No se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados?Qué lindo es en cambio cuando vemos en movimiento a pueblos? Entonces sí se siente el viento que aviva la ilusión de un mundo mejor".
Tienen que ser estas opciones eclesiales y diocesanas las que renueven nuestra espiritualidad personal y comunitaria, y nos ayuden a saber leer, con toda la fuerza que lleva dentro el Evangelio, cuanto está aconteciendo en el difícil momento de relaciones humanas en el que vivimos.
La denuncia del escándalo de la riqueza como causa fundamental de la pobreza y de las, cada vez, mayores diferencias sociales, ha de ser una de las apuestas a enfrentar desde el nuevo espíritu evangelizador. Que no justifiquemos a los ricos, su riqueza y la nuestra; y, antes al contrario, nos vayamos despojando de ella acompañando a los empobrecidos en busca de la dignidad, que nunca de la limosna, ha de ser fruto de este mismo espíritu.
El abandono radical de viejas costumbres arraigadas, como el cobro por servicios religiosos, es otro de los pequeños signos pero significativos y de gran importancia. El Papa ha hablado en estos días y ha llamado la atención sobre este tema de forma muy decidida hablando de algunas parroquias como "casas de negocio" o de "curas especuladores".
EL abandono de los barrios periféricos donde tantas familias se debaten en las dificultades más extremas, y la pérdida de identidad como espacios para las relaciones y la convivencia; el cambio profundo de los pequeños pueblos en el medio rural, que han perdido el sentido e identidad que suponía producir para alimentar a la humanidad; el abandono y la precariedad de la realidad de muchas personas enfermas sobre todo en colectivos más en precario; la atención al envejecimiento mayoritario de nuestra población salmantina tanto rural como urbana; son retos que no podemos obviar..
Y en medio de todo esto, la dejadez evidente de las responsabilidades de las Instituciones públicas, o el difícil momento de las generaciones más jóvenes que poco a poco nos van dejando, se van separando y no van asumiendo la responsabilidad de enfrentar estas duras realidades; son dificultades y retos añadidos que nos tienen que resultar provocativos en nombre del Evangelio para el momento actual.
Creo que los nuevos caminos de la evangelización que buscamos requieren optar por prioridades como las que aquí apunto reflexionando en voz alta. Necesitamos, si queremos que estos dos años sean positivos, mucha libertad, ninguna barrera ni miedos, saber escuchar y ser valientes a nivel personal y comunitario en las apuestas inteligentes, llenas de inmensa paciencia, pero que hemos de buscar y proponer para este momento y en los próximos tiempos.
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