Todas las civilizaciones, todas las culturas tienen sus peculiares calendarios. El nuestro, desde los tiempos medievales hasta hoy mismo, es el llamado calendario cristiano. Seamos o no creyentes, tal calendario encierra rasgos importantísimos de la cultura de toda Europa occidental, también de la española.
El problema es que, en una sociedad que ha proclamado desde hace ya mucho tiempo por su único dios al dinero, vivimos de espaldas a tal calendario y, sobre todo, a sus hermosas y muy variadas significaciones.
El antropólogo francés Claude Gaignebet, reflexionando sobre tal calendario, sobre nuestro calendario, llamaba la atención sobre cómo está articulado en ciclos de cuarenta días (la Cuaresma en solo un ejemplo de lo que decimos; pero también, desde la Navidad hasta las Candelas van otros cuarenta días). Y es curioso porque los ciclos lectivos del sistema educativo francés de enseñanzas no universitarias están articulados en sucesivos ciclos de cuarenta días.
Pero solo vivimos de frente al dinero, al comercio y al beneficio, solo a ellos tributamos culto. De ahí que nos pasen desapercibidos esos tiempos sagrados que el calendario cristiano marca: Adviento y Cuaresma, como preparación para dos acontecimientos tan significativos para nuestros antepasados: el nacimiento, por una parte, y la pasión muerte y resurrección de Cristo, respectivamente.
Las gentes de la edad media sabían "leer" los significados de las fachadas de templos y catedrales, las pinturas murales de sus templos. Nosotros, hoy, ni nos damos cuenta de que comenzamos un tiempo sagrado que dura hasta Navidad.
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