Los que procedemos del campo, de la vida rural, nosotros o las generaciones precedentes de nuestros padres o abuelos, tenemos instalado el silencio en los tejidos de nuestro cuerpo. Incluso los que vivimos en la Salamanca de hace medio siglo, antes de que televisiones y motores irrumpieran inundando los espacios exteriores y la intimidad del hogar, sentimos el silencio perdido como otra riqueza más que poseía esta ciudad.
Ya no se puede volver atrás. Es verdad. Incluso si el balance entre el progreso tecnológico y la pérdida de modos de vida y consumo más sanos se inclina a favor del progreso tecnológico. Pero ¿por qué dar por inevitable que hemos de mejorar las condiciones de vida a costa de perder la necesaria tranquilidad? Si muchos o algunos conductores de motos y coches tienen prisa por llegar a ninguna parte, que corran ellos, pero no a costa de nuestros oídos, ni de nuestra tensión arterial, de nuestro tranquilo deambular por la ciudad. Si algunos políticos y técnicos locales toman decisiones sobre hacer obras innecesarias o superfluas para el bienestar general, deben escuchar que no todos estamos de acuerdo con el lema de que "toda obra es para el bien de la ciudad". Los burgaleses han cogido el toro por los cuernos y están señalando un límite infranqueable a obras supuestamente de interés público que no lo son. Pero no digo que Salamanca sea Burgos; cada ciudad es peculiar en su carácter y en algunas maneras de ser gobernada.
Está, pues, el sano silencio de las ciudades y los innecesarios ruidos físicos, insanos. Y también están los silencios y los ruidos metafóricos: aquello de lo que se habla, quizás demasiado, y aquello que se silencia. En las ciudades ocurren similares fenómenos de comunicación que en las familias: temas tabús, temas recurrentes, temas explícitos que tapan otros implícitos.
Alguien que llega a esta ciudad después de mucho tiempo tiene un tipo de mirada que, como la de los niños, enseguida capta lo bello y lo feo, lo limpio y lo sucio, lo justo y lo injusto. También capta los valiosos silencios y los silencios tapaderas, los sonidos naturales y los ruidos artificiales destinados a atontar al usuario de la máquina o a ensordecer a una población que siempre se da más cuenta de lo que los pocos ruidosos se creen, en su ignorancia. Salamanca, ciudad de cultura? y saberes.
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