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El aniversario
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El aniversario

Actualizado 15/11/2014
Ángel González Quesada

Con la soberbia propia de los amos, los representantes de los países europeos autodenominados democráticos, han celebrado el vigesimoquinto aniversario del derrumbamiento del Muro de Berlín, aquella absurda tapia que debiera tanto a los ladrillos de intransigencia de los de un lado como al mortero de incapacidad negligente de los del otro. Más parecidos los actos de celebración a los fastos provincianos de cualquier evento corbatil, confundiendo interesadamente los conceptos 'libertad' con 'capitalismo' o 'democracia' con 'dirigismo político' ?y hasta el vuelo de una paloma con sus opiniones-, y sin hacer maldita referencia a las responsabilidades propias en la llamada Guerra Fría, los alemanes, franceses e ingleses ?con sospechosos bovinos aplausos- han declarado por enésima vez ante una hilera de globos donde estuvo la pared, más que estar en el lado de los 'buenos', ser ellos el 'Bien' mismo, precisamente en un momento histórico en que la cacareada bondad de sus sistemas 'democráticos' (en realidad potentes maquinarias de creación de rebaños humanos) hace agua por todas partes, especialmente por la nada desdeñable de los derechos.

Tomar de un acontecimiento de la envergadura de la caída del Muro de Berlín solamente aquellos aspectos que benefician la autocomplacencia, sin una mínima explicación de las causas que propiciaron tanto su construcción como las consecuencias ?en ambos lados- de su existencia, revela una vez más la ya insoportable levedad y superficialidad del argumentario 'occidental' para justificar sus hoy ya innegablemente putrefactos sistemas políticos. Si la criminal negligencia de quienes durante décadas sometieron a los países del 'Este' a sangrientas dictaduras (bajo el paraguas de una ideología traicionada, el comunismo, ni siquiera aplicada en sus fundamentos reales y tergiversada su naturaleza por la incesante propaganda en su contra), dio lugar a la profundísima grieta social, política, económica y de pensamiento que todavía hoy sigue dividiendo el mundo, no es menos cierto que la parte de ese mundo que ahora viste su traje de domingo para festejar la caída del Muro, no ha hecho desde entonces más que agrandar las grietas en su seno, ésas que sin murallas de piedra que derribar festivamente, separan cada día más a los ricos de los pobres, a los hambrientos de los derrochadores, a los esclavizados supervivientes del saqueo de sus derechos de los dilapidadores de su dignidad y a los obligadamente sumisos de los despectivamente poderosos.

De nuevo se ha desperdiciado este 9 de noviembre en Berlín una excelente ocasión para decir la verdad, para clarificar los significados, para denunciar la falacia del lenguaje y de quienes utilizan el lenguaje como una mordaza para el oyente y una máscara para la Historia. Y de nuevo, con esa inveterada costumbre de despreciar los detalles y trivializar hasta la mentira, en los fastos por el vigesimoquinto aniversario de la caída del Muro, la autocomplacencia ha vuelto a dar asco.

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