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Muerte y vida
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Muerte y vida

Actualizado 07/11/2014
Juan Robles

El mes de noviembre comenzaba con la fiesta de Todos los Santos, y al día siguiente celebrábamos el día de los difuntos. La tradición cristiana suele dedicar a rogar por los difuntos todo el mes de noviembre. Es, por tanto, una buena oportunidad para reflexionar sobre el tema de la muerte, que por cierto sigue siendo tabú entre nosotros, de modo que, si se puede, se prefiere no hablar para nada de la muerte y, si hay que afrontar el tema, como en el caso de tener que significar los sentimientos de solidaridad ante una muerte de algún familiar o amigo, resulta de lo más incómodo y no se sabe cómo hablar del tema.

La cosa se complica más si no sabemos si se puede afrontar una conversación sobre la muerte desde una perspectiva religiosa, y más específicamente cristiana, o desde una perspectiva secular o atea. Cuando no coincidimos en el lenguaje o en la concepción del fenómeno, nos podemos encontrar con sucedidos como el que me ocurrió a mí con ocasión de la muerte de mi padre. Como sacerdote, yo quise que se presentara el suceso desde la visión de la perspectiva católica y encargué a la funeraria que anotaran en la esquela la frase "pasó de la muerte a la vida el día tal de tal?", y al día siguiente me vi sorprendido con una esquela en la que se decía justamente lo contrario: "pasó de la vida a la muerte?". Al funcionario no le cabía en la cabeza que para un cristiano el episodio del fallecimiento sea justamente un paso de la muerte a una vida más definitiva y feliz que la presente.

Morir es una de esas realidades de las que no podemos dudar de que van a tener lugar al final de nuestra vida terrena. Lo que no sabemos generalmente ?algunos sí lo han llegado a predecir?es cuándo este paso final en nuestra vida temporal va a suceder. Tampoco podemos conocer previamente el modo y las circunstancias en las que el paso va a tener lugar.

La postura de afrontar el momento de la muerte, sea ésta de un familiar, amigo o conocido, sea de la propia muerte, es muy diferente de unos a otros. Mi propia experiencia, como capellán del hospital de los Montalvos, me da una visión privilegiada del hecho al tener que estar conviviendo casi diariamente con acontecimientos mortuorios diferentes.

La primera pregunta que se nos plantea es con qué apoyos afrontamos el fenómeno de la muerte, si contamos o no con el apoyo de una fe o creencia, o si se asume como un acto irremediable y sin sentido, o simplemente como un fenómeno natural que termina sencillamente en la nada o en unos restos eliminados en la tierra o en el fuego de la cremación.

Y yo he podido comprobar que hay todo tipo de posturas intelectuales y afectivas: Una es la del que asume la muerte como algo natural que termina en la nada y ante la que no merece la pena sublevarse. Hay quien sí toma una postura de rebeldía y resistencia que, naturalmente, no va a servir de nada más que para aumentar el dolor moral y psicológico. Los hay que reciben el acontecimiento con temor, pero creyendo que hay algo más allá, pero se teme lo que puede venir como algo desconocido. Lógicamente también hay personas que creen que van a tener una vida feliz después de la muerte y, por tanto, afrontan la situación con una completa paz y naturalidad. Yo desearía esta paz en el término de la vida tanto para los creyentes como para los no creyentes, sabiendo y teniendo experiencia de que las dos posturas son posibles. Sin embargo, lamentablemente muchos afrontan el tránsito con mucho temor y dolor. Normalmente hemos de aceptar que, por lo general, se muere como se ha vivido. Pero no siempre parece que sea así.

Desde otro punto de vista, hoy está sobre la mesa el tema de la eutanasia, camuflada muchas veces con el término de "muerte digna". Es éste un tema que necesita mucha reflexión y aclaración y que no podemos afrontar aquí en este momento. Veremos si podemos volver sobre el asunto en otra ocasión.

Se podría aún hablar de cómo se relacionan los familiares con el finado antes y después del fallecimiento. No sólo cómo afrontan los cuidados y el duelo después de la muerte. Es triste constatar que frecuentemente se dan casos de familiares que no aparecen, o apenas, en el momento de los cuidados necesarios a la hora de la enfermedad, y que después corren a exigir lo que les corresponde, y aun lo que no les corresponde, en las cuestiones de la herencia. Se podría decir que, en lo que se refiere al momento de afrontar la muerte, cada uno se revela según lo que es.

También hay quienes con dificultad se acuerdan del pariente o amigo mientras éste vive, y después se gastan una fortuna para grandes manifestaciones de flores y sepulturas a la hora de la muerte. Circula un dicho que merece la pena tener en cuenta y con el que damos fin a la reflexión de hoy: "En vida amigo, en vida".

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