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«Taytachanchis sumaq sumaq: Dios nos quiere muy mucho» Carmelitas peruanas en Ciudad Rodrigo
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Entrevista de la académica de la Lengua del Perú, Dra. Luisa Portilla, catedrática de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima

«Taytachanchis sumaq sumaq: Dios nos quiere muy mucho» Carmelitas peruanas en Ciudad Rodrigo

Actualizado 05/11/2014
José Antonio Benito

Entre los frutos que el V Centenario Teresiano nos viene brindando está el conocer más profundamente la herencia espiritual de la Santa a través de sus hijas carmelitas. La sorpresa viene aquí porque no son los españoles los evangelizadores sino los evang

En pleno V Centenario de Santa Teresa, voy a cambiar el tono de mis artículos. Si los primeros hablan de la proyección de Salamanca en el Perú, en el pasado ?sobre la sobrina de Santa Teresa nacida en Quito, del virreinato peruano- y en éste, me centro en la proyección del Perú en Salamanca, y más específicamente en Ciudad Rodrigo. .

El Convento de la Sagrada Familia, Ciudad Rodrigo, se fundó el 8-XII-1.901 por tres monjas procedentes de Grajal de Campos (León). El Convento actual fue inaugurado el 18 de junio de 1.905, siendo Obispo de Ciudad Rodrigo Mons. José Tomás de Mazarrasa. En la actualidad sigue vigoroso gracias al apoyo recibido del Perú, en concreto de Apurímac. En la actualidad cuenta con 16 carmelitas, de las cuales 12 son del Perú

Allí, precisamente, se puede ganar el jubileo del Año Teresiano, amén de las condiciones ordinarias para lucrar la indulgencia plenaria (aborrecimiento del pecado, confesarse -15 días antes o después de ir al Convento-, comulgar y orar por las intenciones del Papa) orando delante de la imagen de Santa Teresa, rezando el Padre nuestro, el Credo y una invocación a la Virgen María y a Santa Teresa de Jesús. http://salamancartvaldia.es/not/58329/arranca-un-triduo-como-previo-al-inicio-del-ano-teresiano/#sthash.FjXDrET7.dpuf

Les comparto la vivencia narrada por la Dra. Luisa Portilla, catedrática de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima, y colega en ese entonces en la Universidad Católica Sedes Sapientiae. Se publicó con el título "Carmelitas peruanas en España: vocación y fe" de Luisa Portilla Durand " Comunicación"(Revista de la Escuela Académico Profesional de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Año 2, nº 3, 2002, pp.60-62; http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtualdata/publicaciones/comunicacion/n3_2002/a08.pdf). Después de 12 años, como el buen vino añejo, cobra mayor sabor y actualidad. Al habla con la autora me indica que sigue en contacto desde Lima con las buenas amigas carmelitas. A ellas, hijas de Santa Teresa, se lo dedico como gratitud y homenaje también.

VOCACIÓN Y FE

¿Cuál puede ser el motivo que impulse a un grupo de jóvenes peruanas a cruzar el Atlántico para llegar a la estepa castellana de la vieja España, dejando atrás los hermosos parajes del Perú, la frondosa vegetación de los Andes, la familia, el hogar...? Ellas, las carmelitas peruanas en España, dirán que las impulsó la fe y la esperanza en un Dios que no falla.

De visita en Ciudad Rodrigo, Salamanca (España) me enteré de que hacía un mes habían llegado siete carmelitas peruanas al Monasterio de la Sagrada Familia de Monjas Carmelitas Descalzas. Encontrar paisanos en el extranjero es un hecho que, a la mayoría, nos llena de contento: nos trae el recuerdo de nuestra gente, de nuestra patria. Así que ?motivado mi interés? me animé a hacerles algunas visitas en junio del presente año (2002), y es justamente parte de mi experiencia la que relataré aquí, a través de una mezcla de crónica y reportaje.

Días previos a la primera visita averigüé que en el Convento vivían catorce monjas: cinco españolas y nueve peruanas (todas procedentes de Apurímac, departamento de la serranía sureña del Perú). Dos de las monjas peruanas llegaron al Monasterio en marzo del 2000 y las siete restantes, el 29 de abril del 2002.

La primera visita tuvo como finalidad hacerles llegar un afectuoso saludo. Fue una sorpresa bastante grata el encontrar a un grupo de monjas realmente encantadoras: muy alegres y conversadoras, a quienes el doble enrejado que nos separaba, no parecía restarles el más mínimo de libertad. Luego de una amena charla en la que recordamos nuestra serranía, sus comidas e intercambiamos algunas que otras frases en quechua, no fue difícil concertar una próxima cita para efectuar una breve entrevista con el fin de saber cómo es que surgió en ellas su vocación, de qué manera se puede "comprender" cómo es que pasan toda una vida en estado de clausura: sin contacto con el mundo exterior.

El día de la cita recibí la llave ?como la vez anterior? a través de una ventanita giratoria de madera. Abrí la puerta que da acceso a la salita para charlar con las monjas y al ingresar reparé en un cuadrito tallado en madera que decía algo muy sugerente: "Ésta es la casa de Dios y la puerta del cielo".

A los pocos minutos, y mientras dejaba listo el equipo de grabación y la cámara fotográfica, aparecieron, alegres ?como siempre? cinco monjas. A la cabeza venía María, la mayor de todas, y a la vez la más alegre y habladora del grupo. La acompañaban Consuelo (quien iba a profesar el domingo 9 de junio), Edith, Teresa y María Electa de Cristo.

María, la mayor, es natural de Abancay, pero vivió 26 años en Andahuaylas; las demás son todas andahuaylinas. En suma, todas son apurimeñas.

A continuación traeré al presente la conversación con dos de las carmelitas peruanas. En primer lugar, la charla con María, pues tiene 26 años como monja de clausura y se entiende que su experiencia es muy rica. En segundo lugar citaré a Consuelo, ya que ?además de ser la más joven del grupo? iba a profesar días después de la entrevista, y a partir de ese momento pasaría a llamarse Sor Consuelo de Jesús Eucaristía.

El testimonio de María

Ya que mi interés era fundamentalmente saber cómo es que surge la vocación por ser monja de clausura, abordé con esta pregunta a María, la Carmelita con más experiencia entre las monjas peruanas. Ella respondió: «Es una inspiración de Dios, que nace dentro de nuestro corazón. Recuerdo que me gustaba ser como las monjas que vi siendo niña. Quise ser Carmelita desde que vivían mis padres, pero ellos se opusieron. También tuve una hermana que fue Carmelita durante tres años, pero se retiró, no perseveró, a pesar de ello no me transmitió nada negativo. Cuando mis padres murieron y estuve segura de mi vocación, mi hermana fue la primera en apoyarme. Recuerdo que dijo: "Que vaya: es una vida hermosa". Ingresé al Convento de Abancay y después pasé al de San Jerónimo, en Andahuaylas, donde estuve alrededor de 25 años, así que ya hice mis bodas de plata el año pasado».

El comentario acerca de las bodas de plata motivó mi curiosidad por conocer la edad de María y, ya que nos encontrábamos en confianza, valía la pena hacer el intento. Ella respondió que tenía 46 años, lo cual me pareció realmente increíble: no aparentaba más de treinta. María se río al notar mi sorpresa y dijo: «Aunque no lo parezca tengo 26 años en el Carmelo, lo que sucede es que las Carmelitas nos mantenemos jóvenes para el mundo».

Sin intención de esperar respuesta pregunté en voz alta: «¿Tanto tiempo entre rejas?». María dijo: «¡Tanto tiempo!, pero es una vida que se pasa como un día. Es una experiencia tan hermosa, que es como si hubiera entrado hoy; estoy alegre, soy feliz, me siento apoyada con las oraciones y con la compañía de las hermanas».

Era tanta la convicción de sus respuestas que no podía dejar pasar la oportunidad para terminar de entender su forma de vida, así que le pregunté por su rutina diaria al interior del Convento. María respondió: «Rezamos para que hayan más vocaciones, charlamos con quienes vienen a visitarnos, así como lo hacemos hoy contigo, contamos nuestra experiencia, cómo la pasamos en el Carmelo, y les decimos ?como a ti? que estamos aquí para servir y amar a Dios, para rezar y ofrecer nuestro trabajo por toda la humanidad. El trabajo al cual me refiero lo realizamos a lo largo del día, de acuerdo a horarios establecidos. Se trata, fundamentalmente, de labores manuales, las cuales realizamos fuera de las horas de recreo. Como cada actividad tiene su momento, cuando llega la hora del esparcimiento la aprovechamos plenamente: jugamos a todo lo que se nos ocurra, como se hace en cualquier recreo en los colegios. La pasamos muy bien».

Antes de concluir el diálogo con María, ella dijo: «Talvez las personas de fuera piensen que nuestra vida es absurda, que no hacemos nada o que estamos sufriendo, pero ?como habrás podido notar? es todo lo contrario. Lo cierto es que a veces nuestra propia familia no nos entiende».

La charla con Consuelo

Luego de comprender, a través del relato de María, que su vida en el Carmelo era la muestra de la más pura vocación, inicié la charla con Consuelo, una monja de 20 años, la más joven en el Convento y próxima a profesar. Ella, en primer lugar, me presentó a su hermana, María Electa de Cristo Rey (una de las cinco participantes en la entrevista), quien ?según relató Consuelo? estuvo tiempo atrás en España y después volvió a Andahuaylas.

«Al ver a mi hermana vestida de monja surgió en mí el deseo repentino de ser como ella. En casa, todos se sorprendieron (soy la última de ocho hermanos), incluso yo misma me dije: "¡Qué he dicho!" Así, poco a poco, comencé a asistir a misa (antes no iba, no me llamaba la atención) y de esta manera me fui dando cuenta de que me gustaba cada día más. Mis padres notaron mi cambio de actitud y se opusieron a mi inclinación. Argumentaron que debía terminar mis estudios, y ?claro? tenían razón. Por este motivo dejé de asistir a misa durante un tiempo, y no insistí más con mis padres. Recuerdo, incluso, que ellos me hicieron ver por un psicólogo, quien luego de una serie de exámenes les dijo que no tenía nada».

«Después de terminar mis estudios, y con el fin de llegar a ser monja de clausura al igual que mi hermana, decidí escribir una solicitud para ingresar al Convento de Andahuaylas. Todo lo mantuve en reserva, pues no sabía si iba a ser admitida. Al cabo de una semana fui por la respuesta y me di con la grata sorpresa de que lo había conseguido, así que se lo conté a mis padres. Mi mamá se puso a llorar, en cambio mi padre mostró resignación. Fue así que me quedé en el Convento. Han pasado dos años de ello, y ahora soy ?como puedes ver? una de las nueve peruanas que forman parte de la Comunidad de Madres Carmelitas en Ciudad Rodrigo».

La pregunta pendiente

Después del relato de Consuelo, me quedaba por preguntar cómo se llega a ser Carmelita. Respondieron que, en primer lugar, había que tener vocación. Así, luego de tener claro lo que se quiere en la vida, se debe presentar una solicitud para ser admitida en el Convento. Lograda la admisión, pasan seis meses como postulante, a los cuales le seguirá un año de noviciado, más tres años de preparación (dos con las madres en el mismo noviciado y un año de experiencia en comunidad), para culminar con los votos solemnes. En cuanto a este último paso, ellas insistieron en que siempre «el alma es libre: la que quiere puede irse». Dijeron que en ciertos casos se observa lo que se llama un "enfriamiento de la vocación" y, si es así, la Carmelita puede optar por retirarse. En todo caso, estos hechos son muy aislados, pues ?según ellas? «quienes realmente tienen vocación, difícilmente abandonan la experiencia tan maravillosa que viven día a día al servicio de Dios y de la humanidad».

Recordaron, asimismo, que en el Perú hay una casa dispuesta a recibir a todas las vocaciones: el Convento de Andahuaylas en San Jerónimo (Apurímac), del cual ellas proceden. Por otro lado, nos dijeron que «si hay quienes desean venir a España mucho mejor, sólo somos nueve: necesitamos más carmelitas para compartir nuestra felicidad».

La despedida

Entusiasmada por la charla, me disponía a hacerles algunas preguntas más cuando oímos el sonido de un timbre: las llamaban, era la hora de sus oraciones. Así que les confirmé mi presencia en la ceremonia de profesión de Consuelo; les pedí, por favor, que prendan el foco que había permanecido apagado durante la entrevista y que se acerquen todo lo que fuese posible al enrejado para hacerles una foto. Ellas, solícitas como siempre, accedieron a mis pedidos y sonrieron para la cámara. En ese instante volvió a sonar el timbre: ahora sí había que irse, pero faltaba algo: unas palabras en la lengua de nuestros ancestros, así que le pedí a María que dé un mensaje en quechua. De esta manera, con sus palabras, doy por terminadas estas líneas, que pretendieron evocar el grato encuentro con un hermoso ramillete de monjas peruanas, radiantes de felicidad por sentir consumada una vocación basada en una misma fe:

Taytachanchis sumaq sumaq munawanchis llapayanchista. Qamkunas manamundupi sapallaykichis. Taytachanchis llapayanchista kuyawanchis, munawanchis imaymanan.

'Dios nos quiere muchísimo a todos nosotros. Ustedes no están solos en el mundo. Dios nos ama a todos, nos quiere como somos.'

Luisa Portilla, julio del 2002

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