"Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22, 35)
Parece que el mensaje del Evangelio que el domingo pasado se escuchó en la Iglesia Universal es de los más aprehendidos por la sociedad. "Estos diez mandamientos se encierran en dos: amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo", recitábamos de carretilla a través del catecismo. ¿Qué sentido tiene para un joven creyente seguir escuchando esto? Parece que no hace falta incidir en ello.
Sin embargo, el segundo mandamiento que Jesús proclama encierra dos partes, no siempre bien señaladas. Amar al prójimo como a ti mismo. Es decir, desde nuestro amor propio. Y no me refiero con esto al amor ególatra, de Narciso, que, como indica Gilles Lipovetsky, "es el símbolo de nuestra época". No. Precisamente, es todo lo contrario. Si uno no sabe disfrutar y quererse a sí mismo, gratuitamente, en todas sus dimensiones, poco puede amar a aquel con quien se cruce por la calle, en el trabajo o en clase, especialmente si no "es de nuestra cuerda". Por eso Jesús plantea la ruptura de este nudo gordiano y establece, como un buen sabio popular ?con perdón, si alguien se ofende-, una graduación teóricamente de lo más simple.
A nadie se le escapa que para llegar a lo más alto hace falta una escalera e ir ascendiendo de escalón en escalón. Por eso, el Evangelio nos exhorta a amar de lo más pequeño a lo más grande. De las periferias de nuestra alma al centro de la mirada de Dios. Si uno no se mira con sinceridad y siente amor hacia sí mismo, ni se llena de alegría, ni pone en marcha sus ilusiones y sus deseos, pese a todas sus limitaciones, poco puede ayudar a ser feliz a quien tiene al lado, y menos aún si asoman en él actitudes que consideramos negativas. Del mismo modo, si no somos capaces de amar a aquel que vemos cada día en los trasiegos de nuestra vida, ¿cómo amar a aquel que no vemos, pero que llamamos Padre?
Por eso, quiero incidir en algo que parece avergüenza a un joven cristiano de hoy. ¿Nos queremos a nosotros mismos? ¿O, acaso vivimos siempre con la vergüenza ?hacia adentro o hacia afuera, hacia el resto de la Iglesia o hacia una sociedad cada vez más secularizada- de manifestarnos como somos? ¿Estás orgulloso de ser de esta Iglesia? Sin duda, estamos insertos en unos tiempos al menos "tan recios" como aquellos que describía Teresa de Jesús. Viviendo en un intersticio social y eclesial que, por ejemplo, se pone de manifiesto a través del Sínodo de la Familia recién clausurado en la Ciudad del Vaticano. Ser cristiano católico no es fácil, y, por eso, se está generando un vértice que arroja individuos al ostracismo. Todos nos hemos encontrado alguna vez en esa situación "fuera de lugar".
Sin embargo, aunque a veces nos sintamos en una sociedad que nos esquina, en una Iglesia con muchos formatos desfasados, no desesperes. No te entristezcas. Las frases se han vuelto clichés, pero has de saber que Dios te ama, con todo lo que eres. Ámate también a ti mismo y arrójate al mundo sin temor. ¿No te lo crees? Bien, pues acércate a alguna de las diversas actividades de Pastoral Universitaria, recientemente puesta en misión. Verás cómo te encuentras querido, valorado y amado. En este grupo plural y diverso, en donde se entrañan el Dios del amor y la alegría, todos tenemos cabida con nuestros diversos dones. ¿Por qué no has de sentir eso en medio del mundo?
Por eso, joven, a ti te lo digo. Levántate y anda (Mc. 5, 41). Ámate a ti mismo. Eres un pequeño Dios (Sal. 82, 6; Jn. 10, 34); no tengas miedo (Mt. 10, 26; Mt. 28, 5). Recorre el mundo con tus talentos (Mt. 25, 14-30) y, con audacia y alegría, siémbralo con el amor que el Señor te ha dado (Mc. 16, 15), porque él te ama tal cual eres. ¿No lo vas a hacer tú?
Roberto Velasco, desde la Pastoral Universitaria
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