Ante el patético tembleque que los países llamados 'desarrollados' experimentan frente al virus Ébola, la pasada semana el mismísimo presidente de los Estados Unidos reclamaba urbi et orbi la necesidad de "guiarse por la ciencia y no por el miedo" (sic) para combatir esa enfermedad que repentinamente ha conectado la miseria con la opulencia. La confianza en la ciencia, una obviedad, que más que una declaración puntual debería ser una norma de comportamiento permanente e indiscutida en cualquier sociedad sana e inteligente, se revela hoy como un sonrojante llamamiento para conjurar las histerias ciudadanas que, alimentadas por la ignorancia y el desconocimiento, generan el miedo.
Cuando los gurús de la manipulación de las mentes, llámense políticos, financieros, predicadores o caudillos conspiran, especulan y legislan para que la gente se mantenga en la ignorancia bovina que permite sus dislates, robos y tropelías, quizá no contemplan que si sus enjuagues educativos por un lado les procuran la general molicie mental que tolera sus pedestales, por otro impide los recursos intelectuales para encauzar racionalmente ciertos comportamientos instintivos ?el miedo, por ejemplo- difícilmente controlables con sus peroratas.
Las religiones, como el principal recurso de dominación política y económica a lo largo de la historia, ha utilizado el miedo como elemento primordial para el sometimiento de los creyentes. La actual, sangrienta y lamentable, situación geopolítica global da cuenta de las consecuencias de la indiscriminada siembra de anzuelos religiosos de sometimiento tales como la creencia ciega, la fe indiscutible o los dioses incontestables, y pone una vez más de manifiesto la imposibilidad de controlar las consecuencias del germen de la ignorancia. Del mismo modo, la educación manipulada, la enseñanza manoseada, los intereses abyectos y rastreros que procuran la desinformación y la incultura de la población, hacen que ante situaciones como la amenaza del virus Ébola, los mandatarios, y no sólo Obama, tengan que sonrojarnos a todos solicitando obviedades.
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