Salamanca es una terraza

Uno de los síntomas más evidentes de que uno avanza hacia la vejez es que se aumenta la capacidad de sentirse molesto ante todo aquello que se percibe como una limitación del disfrute de los espacios públicos.

Temo que cada vez van siendo más evidentes en mí estos síntomas, por lo que pueden tomar este desahogo como una mera manía debida al paso de los años, pero lo cierto es que me va pareciendo muy molesta la invasión de terrazas que arrinconan a los sufridos peatones.

Siempre me ha parecido que la peatonalización de las calles es un gran avance para conseguir una ciudad que pueda ser disfrutada, vivida con pausa, paseada, querida y admirada. Sin embargo, lo cierto es que cada vez que se gana un espacio al tráfico rodado de forma inmediata se coloniza por un montón de sillas y mesas que apenas dejan un pasillo (en muchas ocasiones incluso más pequeño que el que había cuando pasaba el tráfico por la calle) para que los peatones crucen rápidamente, sin detenerse, en fila, sin hacer grupos y por supuesto sin disfrute ni pausa, salvo que paguen la correspondiente consumición que les permita tomar posesión de una de estas sillas. No existen en este momento en Salamanca zonas peatonales que no hallan convertido en una terraza; las hay de todos los tipos, las que se alargan de tal forma que su final se encuentra a años luz del establecimiento correspondiente, las que se hacinan unas con otras porque hay varios bares en la misma calle que se reparten el territorio, las que incluso utilizan elementos de cierre que impiden el paso a los legítimos propietarios de la calle, las que siembran un bosque de sombrillas (que ya no son sombrillas, sino auténticos toldos) que ciegan la perspectiva sobre las calles e incluso sobre monumentos. Y no digamos nada de las aceras, todas sirven al propósito hostelero, hasta el punto de obligar al peatón a sortear terrazas o cambiarse de acera si quiere simplemente caminar.

Entiendo que la hostelería es una actividad muy importante para esta ciudad, soy consciente de que deben favorecerse las condiciones para su desarrollo, me encanta sentarme de vez en cuando en una terraza y compartir unas consumiciones con amigos, pero creo que debe ponerse algún coto a esta invasión y recuperar la ciudad para la mayoría de las personas que quieren vivir la calle, o corremos el riesgo de que Salamanca sea una inmensa terraza y poco más. Por cierto, ¿qué diferencia encuentran entre algunas terrazas y un botellón? ¿Por qué se prohíben los botellones y se permite beber por litros en las terrazas? ¿Tiene que ver solo con el hecho de que unos pagan peaje y otros no?

No quiero desaprovechar el día en el que escribo estas líneas (15 de octubre, festividad de Santa Teresa) sin rememorar una imagen que no consigo quitarme de la cabeza. El colegio de abogados de Salamanca ha decidido que en la procesión que se celebra este año en Alba de Tormes participen abogados con sus togas; supongo que los miembros de la Junta Directiva del colegio de abogados debe saber que representan a todos los abogados y que este es un país constitucionalmente aconfesional, por lo que no pueden hacer estas cosas; pero no me digan que no tiene su guasa ver a unos señores vestidos de cuervos caminando detrás de un hueso momificado, espero que además lo hagan con la luz eléctrica de la villa apagada y portando hachones de luz; se creerán que es "vintage", pero sólo es casposo, salvo, claro está, que al calor de la emoción el Sr. Decano nos deleite con una levitación que ponga a la abogacía a la altura de la santa.