Virus sin pasaporte

Me van a disculpar, pero a mí esto del ébola me tiene un poco mosca, y no precisamente por el apellido de esta ministra, ni por el cachondeíto de los trajes o del consejero, ese cabestro indecente que cada vez que habla dice una barbaridad mayor que la anterior? no, lo mío es una reflexión acerca de la supremacía occidental, esa que se piensa que el famoso virus se va a quedar en África matando lugareños y ya, como si la cosa no fuera con nosotros, tan protegidos de toda perturbación que el único protocolo que conocemos es la genuflexión a la parentela real. En fin, que menos mal que se remanga la vicepresidenta y se pone al mando, aliviada quizás de olvidarse un poco de la deriva soberanista y de las cifras de paro, decidida a enfundarse el traje de la discordia y a fregotear un poco con lejía, a ver si en la comunicad de Madrid y en el ministerio de Sanidad dimite alguien como prueba de buena voluntad y mejor gobierno.

Ya sabemos que en este país reconocer los errores es tarea vana, pues total, con tanta noticia suculenta uno deja de pensar en los dineuros de Pujol para acabar imaginando en qué nos gastaríamos el pozo sin fondo de las tarjetas de Caja Madrid. Así es difícil que sigamos el curso de los acontecimientos y pidamos responsabilidades, porque la impostura que viene borra a la anterior y así sucesivamente. Por eso ya nadie se acuerda de Gallardón, ni del perro de Teresa Romero y ni contar de la caradura independentista de esta familia con bula para robar que se apellida Pujol y se envuelve en la senyera para creerse inmune. No nos da la capacidad de escandalizarnos para tanto, es como los logros de mi sobrino el Pollo Pera, cuando estamos haciéndonos eco de su última gracia, la criatura ya tiene otra ocurrencia y hala, a hacerle fiestas y parabienes. Total, que nos pasamos la vida esperando que nos anime el cotarro con su precocidad y su manera de ver las cosas tan llena de sabiduría. Y es que no hay nada mejor que una criatura de apenas tres años para comprobar hasta qué punto esta vida ridícula y estúpida en la que estamos inmersos merece la pena. Se lo digo yo, dilecto lector, que cada día estoy más alucinada con la estupidez imperante. Debe ser que las deudas de la Pantoja me tienen en un sinvivir, y nada les digo de los embarazos mediáticos y los bebés que pasan por caja y por el juzgado para dirimir las broncas de los padres. La infancia es un tiempo peligroso, y si no, que se lo digan a Leonor, a quien han convertido en una figura de cera para escarnio público de la institución y de ese museo de los horrores y errores que deberían prender fuego. Si es que en ese país cuando hacemos las cosas mal nos esmeramos un huevo, se lo aseguro, dilecto lector, por eso me voy a ver si mi señora madre le pone un poco de cordura al domingo familiar y el Pollo Pera nos alegra el día. Bendita inocencia.