Es el título de un trabajo fundamental del biólogo Jacques Monod publicado en 1970. Sintetizaba una investigación de años en la que revelaba que su conjunción era requisito para que se diera la vida. Una necesaria interacción que integra un proceso de naturaleza racional con la chispa de la más pura contingencia. Un vínculo entre dos factores que está presente en todas las mitologías y que durante siglos ha conformado buena parte de la mejor literatura universal. Somos hijos del albur y también de una planificación meticulosa: frente a un encuentro casual con alguien inesperado en un momento oportuno que puede cambiarnos la vida, programamos con cuidado nuestro futuro y logramos que lo proyectado salga según nuestro deseo.
El conflicto entre la casualidad y la razón es permanente. Esta acusa a aquella de dejarse llevar por la irracionalidad, de incluso caer en la más oscura de las simas empujada por la fatalidad. Pero el orgullo de la razón se ciega cuando no acepta que sus cálculos puedan estar sesgados, vengan manipulados por cartas marcadas que maneja la rosa de los vientos de la biología, de los procesos cognitivos, o del medio en que surgimos y donde nos movemos. En la tensión entre ambas el juego ha sido siempre un mecanismo de equilibrio. "Solo es un juego", se dice para quitar la gravedad del juicio con que el adulto quiere sancionar el comportamiento del niño. El juego logra asentarse en lo lúdico como expresión mayúscula de cultura, pero también puede configurar un escenario equívoco.
El incremento en los últimos tiempos de todo tipo de apuestas tanto legales como ilegales es un fenómeno que me llama la atención sobremanera. Las colas ante los puestos de boletos de numerosas ofertas de juego rivalizan con todo tipo de apuestas a través de internet dejando obsoletos a los viejos casinos que quedan arrinconados apenas como espacios festivos. Detrás del juego está el siempre omnipresente Estado que ve una permanente y fácil fuente de financiación fiscal, pero se encuentran también todo tipo de turbios manejos que enriquecen a mafias, blanquean dinero y corrompen a actores sociales cuya actividad queda involucrada, como está ocurriendo hoy con el fútbol. Pero sobre todo son los cientos de miles de personas caídos en la miseria los que quieren ver en la suerte una luz al final de un túnel, son los necesitados del azar justo.
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