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Larga serenata salmantina (Baquero por Luis Frayle)
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Larga serenata salmantina (Baquero por Luis Frayle)

Actualizado 30/09/2014
Montse Villar

Qué mejor, ahora que estamos por celebrar en Salamanca el primer centenario del poeta Gastón Baquero (del 14 al 17 de octubre), dar nueva vida al texto que pergeñé a principios del nuevo siglo para así prologar el libro "Aproximación a la poesía de Gastón Baquero" (Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca, 2001, pp. 152), escrito por mi buen amigo Luis Frayle Delgado, escritor de Valverdón y conspicuo mirador provinciano. Aquí, pues, mi homenaje a ambos, Baquero y Frayle. El libro se presentó en la Casa de las Conchas, el lunes 2 de abril de 2001.

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Si hay una presencia que todo lo llena con el topacio de su palabra bautismal y con la inocencia anunciada como potencia sustantiva de la imaginación del hombre, ésa es la de Gastón Baquero, el poeta de las oraciones estelares, el luminoso mulato cuya no figuración en la nómina de los premios más importantes en lengua castellana, simplemente los ha tornado menos imparciales y más nutridos de burbujas y estertores proclives a cofradías o a sugerencias ajenas a la calidad de una obra que supuestamente se somete a valoración.

La dignidad en la que levitaba Gastón Baquero es, creo yo, ejercicio de muy pocos oficiantes de la palabra en estos tiempos de prisas, florituras y desvaríos. Me gusta compararla con la de su vecino de enfrente, con cuya sombra dialogaba a menudo. César Vallejo vivió un tiempo en el número 5 de la calle de Antonio Acuña, portal que -desde el bajo ocupado por don Gastón- se percibía casi siempre en nebulosa, quién sabe si por algún conjuro efectuado por él, o bien por efecto del polvo acumulado en la montaña de libros que asediaban al poeta de Banes.

Visitado por pocos buenos amigos, ahí, en ese templo de irisadas confidencias, el dueño del latido más poderoso que hasta ahora he conocido, nos apresaba con redes de elocuentes relatos, con sapitientísimos pensamientos sobre temas tan disímiles y, a la vez, tan compenetrados gracias a su argumentación. Sentado en su raído sofá, absorto en dar cauce a ideas o anécdotas que coronaran la indagación exhumada de tan portentosa memoria, sus palabras me parecían un himno de luz aliñada con átomos de radiante ironía. El me decía que su peor defecto era tener tanta memoria. No sé si era un defecto o una virtud, pero todo lo capturaba en su prodigiosa memoria, aunque luego, en su poesía, sólo filtrara el jardín de la fábula que conmueve o hechiza desde el diapasón donde se descubre la médula del secreto. En todo caso, no podemos ignorar que su mejor libro, el más mimetizado a su corporeidad y a la raíz de las liturgias que pregonaba con discreto afán, es ?y seguirá siendo- Memorial de un testigo.

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Allí estuve varias veces, antes y después del homenaje salmantino que sirvió para sellar el re-nacimiento de este poeta mayor de nuestro idioma. Cuando le transmití la intención de la Cátedra de Poética «Fray Luis de León» de querer tributarle un homenaje internacional, Baquero rehusó de forma amable, para luego sugerir que quien más merecía este tipo de reconocimientos era Eugenio Florit, el gran poeta español y cubano, residente en Miami. Insistí con firmeza, prometiendo que al año siguiente se haría un homenaje doble al maestro Florit: uno en Salamanca y otro en Miami. Fue así como aceptó, con ciertas reticencias, más bien abrumado ante la evidencia de un indudable afecto a su persona y una abierta admiración a su obra poética. El resultado posterior es bastante conocido y quizá convenga, a modo de síntesis, plasmar las propias palabras de don Gastón ante una pregunta que le hiciera Felipe Lázaro, reproducida en su libro Conversación con Gastón Baquero: «El acto de simpatía y amistad que se me ofreció en la Pontificia de Salamanca, me sorprendió, pero me molestó menos de lo que yo pensaba que me molestaría un acto solemne de este estilo. Puede ser que la vejez nos vuelve acomodaticios, pero sobrellevé muy bien, creo, tanto hablar de mí. Eso sí, me preocupó y hasta asustó pensar que deben encontrarme los demás ya muy viejo, ya a punto de seguir viaje hacia Saturno, y me anticiparon el acto póstumo. De todos modos, lo agradecí y lo agradeceré mientras viva».

Y aquí entra en escena un escritor de ojos despiertos y oídos cautivados por la sonoridad de un idioma que es el suyo, pero que besa la palabra con otro ritmo y se sirve de él para contar siempre una historia de vida o de muerte, de evocación de mitos, dioses o patriarcas con sus vestales, o mendigos de opulenta prestancia, o países lejanos, o atrayentes viajes del espíritu. Luis Frayle Delgado quedó impregnado del bosque de quimeras que tan certeramente había ido sembrando Gastón Baquero. Primero fue el acercamiento a su obra, el inicial flechazo, el tatuaje que estampa su marca indeleble. Participa en el homenaje internacional -celebrado en el Aula Magna de la Universidad Pontificia de Salamanca el 27 y 28 de abril de 1993- con una ponencia sobre el vitalismo en la poesía de Baquero. Luego conoce al creador cubano y sigue escribiendo artículos para divulgar su dimensión. Así tenemos, entre otros, «Indios, blancos y negros» (La Gaceta, 16-2-1994); «El descubrimiento de un poeta hispanoamericano» (El Adelanto, 20-11-94) o «Gastón Baquero, poeta inocente» (Tribuna de Salamanca, suplemento «Batuecas», 24-5-1997).

Poeta, traductor de Dante, Vitoria o Leibnitz, filósofo, ensayista de lúcido pensamiento, Luis Frayle Delgado, cual girasol buscando la fuente de mayor luminosidad, fue captado por el proselitismo que iniciamos al difundir en Salamanca la obra del cubano. El mismo lo deja reflejado en el artículo de noviembre de 1994: «Gastón Baquero estaba aquí, muy cerca de nosotros, en España misma. Pero no estaba descubierto. Gastón Baquero es un poeta y pensador cubano que los cubanos habían silenciado y los españoles habíamos desconocido. Ha vivido exiliado durante más de treinta años, entre nosotros, en Madrid, en un bajo del barrio de Salamanca, rodeado de libros y de recuerdos. Sólo el espacio suficiente para respirar, para seguir viviendo, pensando, escribiendo. Como el continente americano, a Gastón Baquero no le había llegado su hora. Ahora ya lo hemos descubierto: sólo falta explorar sus riquezas. Las riquezas son su personalidad intelectual y su obra literaria...».

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En este texto ya se puede comenzar a establecer el calado de la admiración del escritor salmantino, un catedrático de Latín que sabe de limos perdurables, de palabras como arrecifes contra el embate del tiempo. También aquí se encuentra el compromiso iniciático, pues me consta que desde ese entonces se dedicó a pergeñar el ensayo que hoy surge como la primera monografía individual escrita sobre la obra de nuestro apreciado don Gastón.

En 1994 apareció en Salamanca el libro "Celebración de la existencia. Homenaje internacional al poeta cubano Gastón Baquero", en su momento el primer volumen colectivo que abordaba las diferentes facetas de la obra baqueriana. Nuevamente fue en Salamanca, el año 1995, donde se publicó ?con los generosos auspicios de Alfonso Escámez y de Javier Aguado, dentro del sello editorial de la Fundación Central Hispano- la obra poética que el propio maestro ordenó a su libérrimo antojo y entendió por completa hasta entonces, así como una amplia selección de sus ensayos literarios. Ambos volúmenes fueron consagratorios y terminaron por desgarrar el velamen de silencio que se había extendido ?premeditada o involuntariamente- sobre los frutos florecidos desde la cacería de su razón. Víctor García de la Concha, catedrático de la Universidad de Salamanca, y hoy director de la Real Academia Española, describe así, a modo de colofón de un excelente artículo en torno al volumen que recoge la poesía de Baquero: «Soberbio espectáculo barroco de danza y transmigración de formas; riquísima torrentera musical de palabras fascinantes. El lector español, a quien han pasado hasta ahora casi desapercibidos, invisibles, estos poemas, puede ya conocer y gustar en su abundancia a uno de los más cuajados creadores líricos actuales de nuestra lengua» (ABC Literario, 23-6-1995).

Luis Frayle se suma a la selecta pléyade de estudiosos de la obra baqueriana, no como un recién llegado, a la búsqueda de medrar con la obra y notoriedad del cadáver, sino con la febril y silente devoción hacia unas posesiones sagradas, a cuyos laberintos y horizontes se dedicó por largos meses y de forma exclusiva. Conviene dejar constancia que el ensayo que ahora se publica bajo el título Aproximación a la poesía de Gastón Baquero fue terminado un año antes de la muerte del poeta, como se puede apreciar por las citas que remiten casi siempre al volumen Poesía, de la Fundación Central Hispano. Motivos varios retardaron su aparición que, en todo caso, ha servido para ir añadiendo alguna bibliografía posterior y para que se incardine dentro de la «Biblioteca Gastón Baquero», de poesía y ensayo literario, que hace dos años ha creado el Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca (CEIAS).

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¿Qué decirles sobre el libro? Sólo unas pinceladas, pues es muy amplio el abrazo que el ensayista tiende sobre la savia del verso y el pensamiento de Baquero. La exégesis a los poemas y las valoraciones apreciativas a las zonas temáticas en las que vertebra el tránsito vital y creativo del poeta, son de una profundidad que revelan la arteria por donde fluye el infinito territorio del testigo. Hago pública, por vez primera, una nota que don Gastón envió, por mi intermedio, a Luis Frayle. Supongo que fue por su ingénito pudor que el autor de Aproximación a la poesía de Gastón Baquero no hiciera mención de ella en su penetrante trabajo. Pero estimo su pertinencia, pues en dicho texto queda claro el aprecio que el poeta cubano sentía por el escritor salmantino:

«Amigo Don Luis: De nuevo obliga V. a mi gratitud. Alfredo, siempre tan gentil, me envía copia de su artículo sobre mi libro 'Indios, blancos y negros'. Veo que ha simpatizado con las ideas expuestas ahí, que creo son, sencillamente, humanas.

Aprovecho para acompañarle el texto que me llegó de La Habana, con la conferencia del valiente y honrado Dr. Prats Sariol.

Le repito que su artículo es modelo de recensión de un lector.

Gracias, otra vez, por lo de antes, y por lo de ahora. Téngame por su amigo

Gastón.»

***

El libro de Frayle Delgado es un efectivo aviso sobre la trascendencia del poeta a cuya sombra nos cobijamos. También resulta una suerte de compensación a la órbita negada u obstruida en la propia España, como bien reconoce Francisco Umbral pocos días después de su muerte, sucedida el 15 de mayo de 1997: «...A Gastón Baquero nunca le trató bien España, pero la última afrenta se la ha inflingido la Aguirre escribiendo mal su apellido, probando que lo conoce de nada, aun cuando haya pedido para él la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. ¿Qué raro que Vaquero se escriba Baquero, verdad ministra?... Para los intelectuales de la izquierda, Gastón era un gusanito anticastrista. Y en cuanto a la derechona culta, Baquero no era más que un negro con apellido equivocado...». Aunque descrito de forma un tanto descarnada, Umbral acierta en el resultado final de las secretas prohibiciones, envidias y desdenes que se aliaron para dejar de lado al poeta cubano-español. Por no reconocerle nada, hasta se prefirió otorgar el Premio Nacional de Poesía de 1992 a un poeta fallecido cinco años atrás, y quien en vida sólo había publicado cinco poemas en revistas de ninguna importancia. Poemas invisibles (Verbum, Madrid, 1991) quedó finalista... Gastón sonreía cuando comentaba esta anécdota. Total, en Cuba tampoco figuraba su nombre en los libros oficiales, cosa que en las próximas semanas cambiará radicalmente cuando salga de imprenta la antología titulada La patria sonora de los frutos (Editorial Letras Cubanas, 430 páginas) magnífico trabajo realizado por el poeta Efraín Rodríguez Santana, relevante epígono de la labor realizada antes por César López, José Prats Sariol, Bladimir Zamora o Manuel García Verdecía, entre otros, para difundir la obra de Baquero en su Isla.

Aproximación a la poesía de Gastón Baquero es, entonces, el resultado del amor a la buena poesía, el ritual que Luis Frayle Delgado fue enhebrando al dictado de un corazón propulsado por razones y cábalas de elevado linaje. Aquí tienen, entre sus manos, una indagación que ofrece mayor aliento y luminiscencia a la poesía del maestro de Banes.

Pero no todo fue negativo en España. Aquí creó una parte sustancial de sus textos perdurables y aquí tuvo buenos amigos y valedores que hablaban en voz alta sobre su calidad literaria. Pedro Shimose, Pío E. Serrano, Felipe Lázaro y León de la Hoz están en la cúspide, por su cubanidad y solidaridad latinoamericana. Entre los escritores y ensayistas españoles se encuentran Francisco Brines, Santiago Castelo, Juancho Armas Marcelo, Francisco Umbral, Luis Antonio de Villena, Leopoldo Alas, Carmen Ruiz Barrionuevo o Alfonso Ortega Carmona.

He dejado para el final el nombre que merece, desde mi parcializado entender, el mayor de los reconocimientos. Sin el apoyo moral y económico de don Alfonso Ortega Carmona no hubiera sido posible celebrar el Homenaje Internacional que tanto dio y dará que hablar. Sin la gestión de don Alfonso Ortega con su paisano y amigo, don Alfonso Escámez, no hubiera sido posible la edición de los dos volúmenes de poesía y ensayo, como tampoco el generoso pago de derechos de autor que don Gastón recibió con suma gratitud. Hasta el final de sus días Baquero tuvo palabras de admiración hacia el sabio helenista de la Universidad Pontificia de Salamanca, quien tampoco lo olvida y acaba de concluir un ensayo titulado «Trascendencia y creación poética en Gastón Baquero», que ha visto la luz en El cielo de Salamanca. Revista cultural euroamericana, y muy pronto en La patria sonora de los frutos.

Y si hasta ahora he venido resaltando los vínculos entrañables de Gastón Baquero con intelectuales y artistas salmantinos, lo he hecho por su indudable imantación, y no por pretender ser paradigma de nada ni en la búsqueda -vana, por cierto- de ocultar otros empeños de singular valor. Este libro agrega un nuevo eslabón a la ya larga serenata salmantina, donde también están el retrato pintado por Sylvain Malet, el dibujo de Tomás Sánchez o los poemas a él dedicados por Raúl Vacas, Sylvia Miranda, Fernando Díaz, José Miguel Santolaya y Carlos Borrego, entre otros.

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Pero siempre don Alfonso como referencia, a quien Luis Frayle Delgado, Carmen Ruiz Barrionuevo o el que suscribe, estaremos en constante deuda por habernos ayudado a tener más cerca el encaje de luz de este gran augur tallado en las nervaduras del mestizaje americano. De haber estado vivo y saber de estas cálidas aproximaciones, don Gastón hubiera venido hasta Salamanca para dar un abrazo emocionado al poeta y latinista de esta ciudad tormesina.

Celebremos el pródigo empeño de Luis Frayle. Otras voces se enlazarán más tarde para completar el análisis del misterio gozoso que nos legara el poeta cubano. Otro ojos cruzarán sus miradas para tratar de capturar el tiempo que conmueve. Pero aquí está la labro pionera, fresca e inconclusa en su abrir camino con el filo de un pensamiento. Celebremos las teas que nos alcanza Luis Frayle Delgado para penetrar en los espacios poéticos del gran Gastón Baquero.

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