Llegó la lluvia en el cielo cerrado como pájaro negro a devorar el grano, humillante respuesta a rogativas fieles que se desatendieron en la siembra.
La belleza, no obstante su indolente juego apareció desnuda con esa desvergüenza de sentirse centro del fulgor que irradian agitadas inclemencias.
Resbaló por su cuerpo dorado de trigales el cosquilleo de inagotables torrentes que diligentes encharcaron recónditos rincones. Se bebió el vendaval como el alba liba la copa de rocío tanta sequedad en la tierra agostada como cansada preñez en las espigas.
El profundo nublo herido por el rayo, la pátina de oro humedecido, el eco del tronar como tremendo aviso de lo poco que ocupa nuestra voz esa tarde.
Luego irisa la luz, se descompone, y el ojo mira el espectro y reconoce lo que palpita y vive cuando mira.
No sé si esta belleza desnuda del trigal compensará la podredumbre que amenaza a sus espigas, si la sublime estética será la víspera de mejor cultivo, o si otras bocas hallarán alimento esta tarde de lluvia..
Yo anotaré en mi verso el singular contraste, las dobladas espigas, su callado rezo abriéndose al cielo en soberbio bramido.
Flota en el aire el olor de la tierra, la humedecida paja, la brisa ionizada por el exceso de ozono: se respira sin límites. Gloriosas sean las horas que limpiaron mi cielo.
Hay días en que confundo cosas tan distantes como una cosecha de trigo, que se hará pan y mi alimento, con una cosecha de votos que, de momento, suele alimentar a otros. Un temporal a campo abierto, tan pictórico, con una tormenta en una urna de la que más de la mitad pasaron sin tener que mostrar documentación alguna. Percibo cierto cambio climático, puede que también clima de cambio, lo que no sé bien es si el temporal se mueve esperanzado o descarga con indignación. Las vencidas espigas se inclinan como en el Ángelus de Millet, y yo, después de este estado enigmático, epigramático y simbólico en que me encuentro, que diría D. Mendo, me retiro a dormir.
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