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Postales (2)
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Postales (2)

Actualizado 26/09/2014

Cortázar.

No voy a decir que esté encantado de estar atrapado entre filas y columnas de coches detenidos en París pero sí diré que lo estoy, encantado, como por una maga o por un duende, el que tenía Julio Cortázar, capaz de escribir un cuento memorable, "La autopista del sur", sobre un gran embotellamiento de fin de semana en los accesos a París. Sólo que en el carril de al lado no está Dauphine que ya no podrá cambiarse de coche para dormir en el mío, ni veo a Taunus, ni a las monjas del 2 Caballos, no sólo porque ya no hay apenas monjas ni por supuesto dauphines (hoy lo ha sustituido el Clío que tampoco es mal nombre, al fin y al cabo es el nombre de una musa) sino porque Cortázar, nacido hace 100, murió ya hace 30 años y nos dejó huérfanos de nosotros mismos.

Ya no releo los cuentos de Cortázar (no pude con "Rayuela", ¡hala!, ya lo dije, imitando al malvadísimo padre de familia Peter Griffin cuando proclama, arriesgándose al oprobio de los enteraos, que no le gusta la saga cinematográfica de El Padrino) no porque piense que hayan perdido su valor sino porque tengo miedo de que el que lo haya perdido haya sido yo. Pero que ya no los relea no me impide llevarlos para siempre conmigo y que aparezcan mientras estoy atascado en la circunvalación de París y sobre todo no me impide desear que los lean otros y pretender provocarlo con esta postal por mucho que sepa que sus destinatarios idóneos, mis alumnos, no suelan leer artículos de opinión.

Porque no debería haber ahora mismo ningún adolescente en la habitación de un hospital que no estuviera leyendo "La señorita Cora", ni ningún hombre que anticipa un encuentro con su amante que no se haya detenido antes a leer "Las armas secretas", ni ningún flaneur nocturno que acabe de dejar a su novia en casa que no quiera correr a la suya a terminar "El otro cielo" y saber por fin si termina con Josiane, la prostituta o casado con Irma, ni nadie que vaya a ponerse un simple jersey debe ignorar "No se culpe a nadie", ni nadie que se atreva a leer "Continuidad en los parques" de espaldas a la puerta abierta.

Y yo mismo ni siquiera recuerdo en qué libro estaba "Silvia" de la misma manera que, inaprensible, aparece y desaparece junto a los niños que juegan. Y cómo le explico yo a esta guapa autoestopista que no es que no quiera llevarla unos kilómetros sino que "Lugar llamado Kindberg" me dejó incapaz para atreverme a ello.

Todo eso pasa en un minuto por mi cabeza, llena de recuerdos en realidad no vividos sino escritos por otro a quien no puedo dejar de agradecérselo. Y eso que me han parecido siglos. La cola de coches apenas se ha movido unos metros.

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