En el artístico convento de La Merced, del Cuzco, el Siervo de Dios con el apellido "Salamanca" decoró una celda con bellas pinturas murales que asombran al mundo.
Próximos a la fiesta de la Merced, 24 de septiembre, me complace presentarles la figura de un célebre religioso mercedario y pintor del Perú que ha dado fama a Salamanca por su apellido. El mejor libro sobre su persona lo escribió un gran maestro y amigo, Monseñor Severo APARICIO QUISPE, O.M. Siervo de Dios. P. Francisco Salamanca (Un valor espiritual de los pueblos andinos en tiempos de la Colonia (1667-1737) (Cuzco, 2006, 113 pp) Libro sencillo en apariencia pero bien documentado y rico en contenido..Que lo digan si no el Archivo de la Merced del Cuzco, con el Libro de Provincia (1666-1777); Libro de Visitas, Libro de Profesiones, Libro de Protocolo de Capellanías y Memoria de Misas, Libro de Misas. Y fuera de Cuzco, el Archivo Mercedario de Arequipa, el Libro de Bautismos de la parroquia de la catedral de Oruro, el Archivo de Indias de Sevilla. De igual modo, se incluye en el apéndice los mejores estudios hasta el momento acerca de la faceta pictórica del Siervo de Dios los del matrimonio De Mesa Gisbert en 1962 y en la "Pintura mural en el sur andino" del Banco de crédito del Perú, en 1993.
A pesar de ser natural de Oruro (Bolivia), se centró en La Merced del Cuzco donde desarrolló una labor intelectual (académica, artística) y espiritual de primer orden, más importante si cabe si consideramos que tuvo lugar en una época trascendental para Cuzco ya que se convirtió en el paso obligado en el tráfico desde Lima y Huancavelica hacia los centros mineros de Oruro y Potosí. Coincide con la presencia animadora del gran Obispo Manuel Mollinedo Angulo, que entró al Cuzco en 1673 y gobernó la diócesis hasta su muerte en 1699, ejerciendo un decidido mecenazgo que cuajó en considerables frutos artísticos de hermosas iglesias y óleos inmortales de la famosa escuela de pintura cuzqueña. Gracias a la intensa actividad cultural de las universidades de San Ignacio de Loyola desde 1648 y de San Antonio Abad (1692), con eclesiásticos de calidad, como el insigne Juan Espinoza Medrano (el Lunarejo), se convirtió también en centro de irradiación de la fe cristiana, gracias a la labor evangelizadora de misioneros y curas doctrineros.
Nacido en 1667 y muerto en 1737, miembro de la Provincia Mercedaria del Cuzco, "con su ejemplar vida de religioso honró los claustros de la Merced y con su labor sacerdotal participó en el fortalecimiento de la vida cristiana, tanto en la ciudad del Cuzco como en sus provincias". P.9
Como hitos de su vida mercedaria cabe destacar su faceta docente como lector de artes o profesor de filosofía, regente de estudios, Presentado, doctor en Teología y Maestro de número tras la muerte del Padre Pedro Morquecho. Si atendemos a las responsabilidades que la Orden le confirió deben citarse el ser Juez de Cursos (miembro de comisión de capitulares para evaluar asuntos administrativos en litigio) , rector del Colegio San Pedro Nolasco desde 1705, examinador sinodal en el capítulo provincial de 1714, secretario de provincial P. Juan Trillo en el trienio de 1711-1714, Definidor General (representante de la provincia cuzqueña en el Capítulo general de la Orden) en 1711 aunque declinase en el P. José Franco. Observa atinadamente el autor cómo persona de tanta valía no llegase a ser provincial y ocupar más altos cargos; la respuesta parece ser su humildad y sencillez que le llevaban a ocupar "aquellos oficios que significaban un efectivo servicio a la Orden y a sus hermanos de hábito" p.33
Fuera de Cuzco cabe resaltar su rol como capellán del santuario de Huanca, su participación en la fundación de las Carmelitas de Arequipa dado que era director espiritual de las carmelitas cuzqueñas fundadoras del convento mistiano.
Acerca de un aspecto crucial del personaje como fue la célebre celda, el autor se contenta con exponer los diferentes juicios acerca de la autoría de las pinturas, de Gisbert Mesa a favor y Flores Ochoa en contra. Más allá de la diversidad de opiniones, conviene rescatar como hace el autor la belleza plástica y la honda espiritualidad que proporciona la celda. Una de las escenas se ofrece en lámina a todo color: un papa, un obispo y un sacerdote sufren en el purgatorio, pero la Virgen de la Merced les ayuda a salvarse gracias a su escapulario. Culmina la obrita con una sentida invocación a la ciudad de Oruro, patria del Siervo de Dios, para que lo reivindiquen y reconozcan como se merece.
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