Estarás más de media mañana en la sala de espera del médico. Tienes tiempo por detrás ya y por delante todavía.¿Te aburres? Miras a tu alrededor. Primero te fijas en los rasgos físicos de los que comparten contigo ese espacio de paredes y mobiliario tan fríos pero lleno de vidas de sangre caliente. Así, mirando, aprendes a sentirte partícipe de una colectividad con la que compartes tu espacio y tu tiempo, así, mirando y rumiando, aprendes cosas del mundo y de ti mismo dentro de ese mundo. Pasas revista a sus ropas por la que te construyes teorías sobre tus compañeros de sala, qué enfermedad o dolor les habrá llevado allí, cuál podría ser su nombre teniendo en cuenta su edad, su indumentaria. Ese polo a cuadros, esa pulsera de falso nácar, esa tobillera de fina plata. Te conmueve detectar todavía la ternura en esa pareja de ancianos que no se han soltado las manos. Te preguntas si esa madre educará bien a ese chico de piernas delgadas al que todavía tiene que acompañar al médico y que lleva desatada una de las zapatillas que, no estás seguro porque ya no te fijas, supones de moda aunque te parecen horribles -como parecen seguir estando de moda las boinas, siempre hay muchas boinas en las salas de espera de los hospitales- y al que pronto ya no acompañará porque será mayor y que aún se hablan entre ellos con comentarios entrecortados aunque ella, la madre, parece poco acostumbrada a lo que él domina a la perfección manteniendo una especie de conversación sin mirarla mientras manipula su teléfono móvil. Te percatas de que se deben llevar los bolsos de lona, con rayas, y el pelo rizado y de que entre las mujeres de más edad el tinte de color dorado ha sustituido al color caoba. Pronto aprendes a diferenciar a los que son familiares o solamente amigos de los que son pareja, si te fijas, si no estás con los ojos fijos en esa pantalla llena de información casi siempre irrelevante que te libera del aburrimiento pero te convierte en un ciego social.
Porque últimamente, como casi todos allí, ya no te aburres, no sondeas dentro de ti, no te dejas invadir por el miedo a tu propia salud, no te resuena en la cabeza "si pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette",no sólo porque quizá ni leíste Rayuela sino porque estás mirando la pantalla de tu móvil, como todos, quizá de nada de eso te enteraste, y sigues lejos de saber quien eres ni qué es vivir porque no llegas ni a preguntártelo absorbido por saber quien o qué chorrada inane fue trending topic la tarde anterior.
Y lo malo es que las notas para este articulo las tomaste en ese mismo momento, no más tarde, sin siquiera ejercitar la memoria, en esa misma sala de espera y te perdiste lo mejor, seguro y no te percataste de la belleza de una de las chicas ni tu imaginación se disparó para construir una historia con ella esa tarde en que el azar te la volverá a poner en tu camino. Por suerte los nombres emitidos sorpresivamente por los altavoces advirtiendo del orden de las visitas te sacan de tanto en tanto de tu ensimismamiento y descubres que hay españoles que como los alemanes, llevan sandalias con calcetines y que hay gente con infinito estoicismo que no se mueve apenas en sus asientos mientras espera y eso te trae el inmediato recuerdo (lo que hace que tu cabeza se ponga en marcha, por fin, el móvil olvidado entre las manos) de aquellas filas interminables de chinos hacinados o más bien alineados y alienados haciendo cola en pleno verano ante los pabellones de la Expo de Shángai bajo una llovizna artificial de agua atomizada por un piadoso aspersor y cómo pensaste que aquellos hieráticos y pacientes individuos tenían que ganarle la guerra por fuerza a los americanos pues te los imaginabas capaces de soportar interminables esperas agazapados entre los manglares, ajenos al calor y los insectos con su rifle en las manos.Sigues pensando y creando mundos dentro de tu cabeza y todo eso sólo en un minuto porque tienes por delante tiempo y ganas de mirar en una atestada sala de espera y porque has decidido apagar el móvil y estás aburriéndote. Afortunadamente.
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