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La Peña de Francia. Cumbre y silencio
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La Peña de Francia. Cumbre y silencio

Actualizado 20/08/2014
Redacción / David Martín Pinto

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Vivimos en un mundo donde las distancias no se miden en kilómetros, sino en tiempo de llegada, es la globalización. Al alcance de muchos está marcharse de vacaciones, lejos de nuestro entorno inmediato. El atractivo de viajar y conocer otras culturas, nos seducen. Pero hay espacios que nos han acompañado siempre y que han sido lugar de paso de muchos viajeros. Es el caso de la Peña de Francia, es un espacio geográfico para la meditación y el recogimiento espiritual. En esa cumbre donde el sol parece estrellarse y el tiempo, como decía don Miguel Unamuno, cae hilo a hilo, gota a gota, como introduciéndose en uno mismo y en el que permite abrirse a la meditación.

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La Peña de Francia, ha sido uno de los lugares marianos más emblemáticos de nuestra historia, desde que fue encontrada por el francés Simón Roland (o Simón Vela) en el año 1434. La Orden dominica va a difundir su devoción por toda España, Portugal y América. Es significativo, que incluso la van a difundir religiosos que no eran de la Orden dominica, como santo Toribio Mogrovejo arzobispo de Lima, recordando su estancia en Salamanca, en el convento de santa Clara, coloca una imagen de la virgen de la Peña. Además pidió indulgencias al papa Clemente VIII, argumentando que era una imagen de gran devoción. De esa devoción queda reflejo en la literatura de los siglos XVI y XVII, como en Agustín de Moreto, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, etc. Cervantes, en el Quijote, poniendo en labios de Sancho, cuando don Alonso de Quijano quiere descender a la peligrosa cueva de Montesinos: ¡Dios te guíe y la Peña de Francia, junto con la Trinidad de Gaeta (Virgen muy venerada por los marineros de Nápoles, monasterioque fue fundado por Fernando de Anjou), flor, nata y espuma de los caballeros andantes!.

Los viajeros románticos del siglo XIX, también recogen esa tradición. Richard Ford en su Manual para viajeros por España de 1846 escribía que..., El valle mide cosa de tres millas de longitud y dos de anchura, y está ceñido por montes, de los que la Peña de Francia es la más alta y silvestre; en esta "altura" se ve un santuario o capilla dedicada a la Virgen, que es visitada por miles de personas el día 8 de septiembre. Podeos recordar también la presencia de Maurice Legendre, importante hispanista, que contribuyó a restaurar, junto con el padre Matías y el padre Constantino, la devoción a la Virgen de la Peña y a difundir el convento por todo el mundo. Pero en mi ideario personal, disculpen, asocio la Peña de Francia con la presencia constante de don Miguel de Unamuno.[Img #83948]

Nos lo recordaba González Egido en su obra, Salamanca. Metáfora de Unamuno. La Peña de Francia le proporcionaba al escritor aire, sol y paz en aquella cumbre de silencio y de sosiego. "Subí y permanecí allí con dos amigos franceses, enamorados de esta nuestra e inalterable y casi desconocida España..; ésta que conserva en el alma toda la recia primitividad del granito sobre la que descansa y sueña".

Consta una visita a la Peña de Francia cuando los dominicos no habían recuperado aún el santuario, cosa que sucederá en mayo de 1900. Sube con el padre Juan José Lecanda, quien había llegado a Salamanca el día 18 de agosto de 1897 y firma en el Álbum de Honor el día 21. Pero sus mejores momentos de paz, sosiego y silencio serán en los años 1909 y 1911. En 1911 Unamuno vive jornadas de paz y silencio en la Peña de Francia en compañía de Maurice Legendre y Jacques Chevalier y allí proyectan los tres el viaje a las Hurdes que realizará dos años más tarde. El propio Unamuno describe el paisaje con una honda profundidad poética e importantes matices transcendentes: Paso unos días en la cumbre silenciosa, en el Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia, teniendo a un lado, al norte, la llanada de Salamanca, como un mar de cálidos matices sembrados de islas de verdura, los machones de las encinas, y de otro lado, al sur, las abruptas sierras de las Hurdes, y detrás la sábana de Extremadura. Y a los pies los pueblecillos de la Sierra de Francia, agazapados entre castañares, enviando al cielo limpio el humo de sus hogares, viviendo su vida recogida. Y allí arriba, en la soledad de la cumbre, entre los enhiestos y duros peñascos, un silencio divino, un silencio recreador. Silencio sobre todo.

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En este lugar está don Miguel, y así nos sentimos muchas veces, expósitos entre la tierra y el cielo, cargados de toda la angustia del mundo. Una carga que acumula toda una tensión que brota del interior y que sólo puede limar el silencio de la cumbre. Me vienen a la cabeza y al corazón, las imágenes de los bombardeos en Palestina, los niños heridos en Irak, los huérfanos del Ébola en Sierra Leona. El silencio de la cumbre se convierte un silencio lleno de rumores, que quiere despertar el ansia por un mundo más justo y más humano. No sólo bastaría la buena voluntad que surge de los imperativos kantianos. Se necesita una praxis, que nos lo proporciona una ética de la responsabilidad. Ésta no es un negocio en el que el sujeto despache a solas con la norma ética, siempre se plantea en términos de intersubjetividad. Pero, de alguna forma, también interpela a mí conciencia, dando cuenta de nuestras acciones u omisiones, encontrando también una corte de apelación suprema.

Es la hora de Dios, sobre la frente

del mundo se levanta silenciosa

la estrella del destino derramando

lumbre de vida.

Callan las cosas y en silencio anegan

las voces de los hombres que persiguen

sus afanes huyendo del misterio

de Dios que calla.

Ya estás sola con Dios, alma afligida,

su silencio amoroso, que te escucha,

te dice: corazón, viértete todo,

¡vuelve a tu fuente! (?)

¡Es tu hora, Señor, sobre la frente

del mundo se levanta silenciosa

la estrella del destino derramando

lumbre de vida!

Miguel de Unamuno, "La hora de Dios", Salmos

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