Profesor de Derecho Penal de la Usal
Hugo es un ciudadano boliviano de 45 años que antes de "caer preso" vivía en una de esas 'Villas Miseria' en La Paz (Bolivia). Tenía esposa y ocho hijos y era el único miembro de la familia con recursos económicos (cuando los tenía). Trabajaba porteando piezas para una industria boliviana, por lo que recibía como salario 340 bolivianos (moneda oficial de Bolivia) al mes (unos 48 dólares, 35 euros), que es aproximadamente la mitad del salario mínimo nacional de aquél país.. Sus hijos no estaban escolarizados y el precario salario que percibía no les llegaba ni para comer ni para vestir, a pesar de que dos de sus hijas mayores, de 20 y 18 años respectivamente, se prostituían para poder contribuir al sustento familiar. Un buen día, uno de los jefes de la empresa para la que trabajaba le propuso un jugoso negocio por el que cobraría una cuantiosa cantidad de dinero (6.000 dólares USA) que podría sacar a sus hijos y esposa de la solemne pobreza en la que siempre vivieron
El presunto negocio (ilegal y delictivo) era transportar cantidades asumibles de cocaína a España depositadas en varios preservativos que el infortunado Hugo portaría en su estómago desde La Paz hasta Madrid. A la salida del aeropuerto habría una persona que le trasladaría en vehículo particular hasta un local de la Gran Vía, donde a la entrega de la cantidad de la sustancia le darían los 6.000 dólares prometidos. Hugo, que, a pesar de ser una persona sin estudios y haber nacido y vivido siempre en las 'Villas Miseria', preguntó al jefe de la empresa sobre qué le pasaría si lo detenían, bien en Bolivia o en Madrid, si le condenarían a muerte o tendría que ir a la cárcel. La contestación que recibió fue que no se preocupara que la policía aeroportuaria boliviana estaba informada de la operación (sus miembros eran sobornados por los grandes narcotraficantes) y que en el lugar de destino (aeropuerto de Madrid) era muy difícil que le encontraran la sustancia y que estadísticamente de cada diez personas que portaban droga sólo 'pillaban' a una como mucho y en el peor de los casos no debía inquietarse, porque, aunque lo detuvieran con la sustancia, varios miembros de la red se encargarían de sobornar a los policías para que lo dejaran en libertad.
El día que Hugo subió al avión que lo transportaba hasta Madrid, caminaba inmensamente feliz porque el azar iba a sacarles de la pobreza tanto a él como a su familia y lo único que temía era que una de los preservativos sellados donde iba depositada la cocaína (en total transportaba 1.300 gramos con una pureza del 85 %) pudiera romperse en el estómago y provocarle irremediablemente la muerte, pero aún así se arriesgó porque las ventajas serían infinitamente superiores a los posibles inconvenientes. "Malo sería que fuera a rompérsele algún preservativo o que lo detuvieran con la sustancia".
Cuando Hugo pasó por el control de seguridad del aeropuerto de Barajas, le detectaron la sustancia que portaba, quedó detenido, el juez instructor le decretó prisión preventiva e ingresó en una cárcel de Madrid. A los cuatro meses la Audiencia Provincial de Madrid le condenó, conforme al artículo 369 del Código Penal, por tráfico de drogas y por cantidad de notoria importancia a una pena de diez de prisión. Durante el cumplimiento de su condena y aunque su comportamiento fue bueno, no le concedieron permisos ordinarios de salida porque no tenía documentación (el pasaporte falso que le hicieron para el viaje se extravió en la detención) ni familia e institución que le acogiera en España durante sus salidas transitorias de permiso. No obstante, cuando llevaba cumplidos algo más de siete años y medio le concedieron la libertad condicional para poder disfrutarla en su país. Cuando Hugo llegó a la Villa Miseria donde vivía, su casa la habían derruido, su esposa le había abandonado, dos de sus hijos habían muerto en enfrentamiento con bandas callejeras y del resto de la familia desconocía su paradero.
La reflexión sobre este caso real, como tantos otros, me viene a la memoria porque me he enterado que quién fue President de la Generalitat catalana, el Molt Honorable Pujol, ha confesado que tenía cuentas en paraísos fiscales procedentes de la herencia de su padre, con escandalosas cantidades de dinero. ¡Qué curioso! Ese mismo Código Penal que condenó a Hugo a diez años de prisión, podría condenar a Pujol por delito contra la Hacienda Pública, con un máximo de cinco años, según el artículo 305, aunque ese mismo precepto, en su apartado 4, establece que en estos casos podrá quedar exento de responsabilidad penal porque puede regularizar su situación tributaria antes de que la Administración haya iniciado actuaciones para averiguar los hechos.
Esto es un ejemplo claro de que el Derecho Penal persigue siempre con más dureza a los mismos, a los más desfavorecidos, a los que están en la otra orilla, a los 'perroflautas'. Sigue vigente, por desgracia, aquél mural existente en una vieja prisión de Madrid de finales del XIX, en el que rezaba lo siguiente: "en este sitio maldito donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza".
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