Se acercan las fiestas de los pueblos en honor a sus patrones o simplemente para reunir a sus vecinos y a los del pueblo de al lado en torno a una verbena.
Las cosas han cambiado desde que era pequeño, recuerdo pasar la noche entera bailando y el subidón que teníamos cuando había chicas de nuestro agrado sin ningún tipo de droga, ni alcohol. Lo de no tomar alcohol no éramos todos y los que no bebíamos teníamos el oficio de conducir.
Actualmente siguen siendo más sanas que algunas aglomeraciones en las ciudades. Pero el efecto programático del botellón afea un poco el espíritu de estas fiestas.
La verbena es más aprovechada por los matrimonios y los niños con lo que agradeceríamos que empezaran antes porque los niños y los ancianos no llegan ni a verla empezar y los jóvenes que bajan tarde aparecen poco por el baile hasta casi el amanecer.
Las fiestas suelen tener también asociaciones culturales que en algunos sitios intentamos poner en valor los conocimientos de nuestros antepasados y honrarlos, el día de la parva, la vendimia o la feria recuerdan a los que emigraron o más bien a sus nietos como se vivía por aquí después de la guerra. Una meritoria vida de subsistencia donde las crisis se superaban cultivando las tierras con unas vacas, unos mulos o unos burros, esto complementado con unas gallinas, dos vacas y el cerdo.
No influía la PAC y no había subvenciones, los hijos ayudaban desde pequeños y respetaban a sus mayores a los que veneraban. Me recuerda la vida que tienen ahora los apartados pueblos de Marruecos.
Que pena que los padres creyeran que cualquier cosa era mejor para sus hijos, que pena que no se sientan orgullosos de la tradición de la que hemos manado.
Se pueden criticar muchas cosas pero desde las procesiones a los rosarios, son parte de lo que somos y tienen tanto valor como lo puedan tener tradiciones budistas o musulmanas. La modernidad no se puede vanagloriar de despreciar lo sencillo, a aquellos que supieron entender la tierra y sacar a sus hijos adelante con una yunta de mulas. Por aquel entonces después de una cruenta guerra no había rentas mínimas, allí sí que había solidaridad a la hora de recoger la cosecha o ante cualquier desgracia como podía ser una tormenta en medio la trilla, había que aparvonar y todos colaboraban unos con otros para que el trigo se mojara lo menos posible y no se perdiera.
Yo sigo aprendiendo mucho por estos pueblos y siempre será para mi sagrado el recuerdo de mi padre y mis abuelos, viajar cada vea me arraiga más a la tierra.
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