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Vindicación de las librerías
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Vindicación de las librerías

Actualizado 02/07/2014
Manuel Alcántara

Mi recuerdo adolescente comienza en la Casa del Libro en la Gran Vía madrileña y luego se confunde con los locales abiertos hasta altas horas de la noche en la porteña Calle Corrientes saltando a las casetas de la Cuesta de Moyano para terminar en la majestuosa Lello e Irmão de Oporto. Lugares de ensimismamiento donde el azar a veces te regala una sorpresa entre aquellos volúmenes de viejo. Momentos de penuria que entonces solo te permitían mirar, anotar títulos para, quizás, comprarlos más adelante cuando el bolsillo se hubiera recuperado. Buscar el texto insólito citado como de pasada por aquel profesor cuyas exposiciones te fascinaban. Ojear lo que nunca te atreverías a abordar con una lectura profunda, pero cuyo enunciado te resultaba necesario aprehender.

Libreros sabios con una profesión muy digna que te aconsejaban al oído autores que nunca habías escuchado. Gente cínica y generosa, henchida de un conocimiento vastísimo que te hacía permanecer largos ratos al costado escuchando sus conversaciones con clientes mayores con los que intercambiaban un saber arcano. Obras mágicas con títulos aún más fantásticos como Ferdydurke, de un polaco asentado en Buenos Aires de nombre todavía más extraordinario, Witold Gombrowicz. Libros militantes que ejercían de guía para cambiar el mundo. Textos sagrados armados de poesía como vehículo para hacer soportable la existencia. Volúmenes que se encontraban en la trastienda y cuya aparición solo se producía ante una insistencia fuera de toda sospecha.

Las librerías pasan por un mal momento. Se me dirá que como muchas otras cosas en el país, como distintos negocios cuyo porvenir es incierto por el retraimiento de la muy debilitada demanda. Acosadas, además, por formas de distribución puerta a puerta que ponen el libro a un coste difícilmente mejorable, por nuevas tecnologías que aportan inmediatez, generan formatos que pretenden ser más amables y que suponen precios más ventajosos, amen, se dice, de ahorrar sitio en casa. Vivimos un momento delicado para defender una forma de negocio, pero también lo es de cultura, que parece periclitada, al borde incluso de su desaparición. Son malos tiempos para un quehacer que, más que lírico, es épico. El cierre de una librería no es equiparable al de un comercio cualquiera por muy loable que fuera su actividad. Es una pequeña ruina colectiva que, en su acumulación, amenaza ser un desastre de dimensiones incalculables con resultados que acarrean un mayor empobrecimiento de todos.

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