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Fallece Sor María Rosario de San Francisco, la hermana clarisa de mayor edad
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Fallece Sor María Rosario de San Francisco, la hermana clarisa de mayor edad

Actualizado 20/06/2014
Redacción Ciudad Rodrigo

CIUDAD RODRIGO | La hermana contaba con 88 años de edad, de los cuales pasó casi 64 dentro del Convento

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En la jornada del jueves falleció Sor María Rosario de San Francisco, hermana del Monasterio de Las Claras de Ciudad Rodrigo. La hermana contaba en estos momentos con 88 años de edad, siendo la más veterana del Convento tras el reciente fallecimiento (durante el mes de mayo) de otra de las hermanas clarisas, Sor Julita de la Natividad de María, que murió a los 94 años.

Sor María Rosario de San Francisco, cuyo verdadero nombre era Lorenza Holgado González, ingresó en el Monasterio de las Claras el 15 de septiembre del año 1950. Al año siguiente tomó los hábitos, en 1952 hizo la profesión simple, y en 1955 la solemne.

Durante sus casi 64 años en el Convento de Las Claras, ejerció tres veces como abadesa y perteneció al Discretorio. En otras ocasiones, ejerció como portera y encargada de la huerta y de los ganados.

La misa funeral, celebrada en la tarde del viernes, fue presidida por el Obispo Raúl Berzosa, que pronunció la siguiente homilía:

Querida madre Abadesa, queridas madres y hermanas, queridos todos:

La noticia del fallecimiento de Sor María Rosario, me llegaba ayer, mientras regresaba de Murcia. Antes, desde el Monasterio de Iesu Communio de La Aguilera, también me transmitían el fallecimiento de la madre María Belén, muy querida para quien os habla. He estado allí esta mañana.

Hoy, ha sido un día, no de dos funerales, sino de la celebración de dos hermanas llamadas a su nacimiento definitivo: a la Jerusalén Celeste. Ayer, cuando se proclamaba un nuevo rey en España, ellas escucharon como nunca las palabras de Cristo el Señor y rey:

"Ven esposa de Cristo

a recibir la corona

que tiene Dios

preparada para ti

desde la eternidad".

Esa fue la promesa en el día en el que profesaron. Y el Señor, es fiel. No falla nunca.

¡Qué hermoso día, el de ayer, para subir al cielo: la Solemnidad del Corpus Christi! El Papa Francisco nos ha recordado que, gracias al Sacramento de la Eucaristía, cada uno de nosotros somos la carne misma de Jesucristo. En Sor María Rosario, en los últimos años, la carne de un Cristo herido y llagado, en silla de ruedas, como completando en ella lo que aún falta a la pasión pero desde la óptica y realismo de la resurrección? ¡Y, sin embargo, Sor María Rosario hizo, con la fuerza y la gracia del Espíritu Santo, de su carne herida y llagada, algo hermoso! Así lo pude comprobar cada vez que he estado con ella en esta casa. ¡Qué suerte que, hace bien poco, pudimos ganar la Indulgencia Plenaria con motivo de la presencia de las reliquias auténticas de San Juan de Ávila en este Monasterio!

Sin panegíricos, ¿qué podemos destacar de la larga vida de Sor María Rosario?... La madre Abadesa me facilitaba los siguientes datos: se llamaba Lorenza Holgado González. Ha fallecido con 88 años. Ingresó en el monasterio de Clarisas el 15 de septiembre del año 1950. Tomó el hábito en 1951. Hizo la profesión simple en 1952 y la solemne en 1955. ¡64 años en este monasterio, amando y rezando por nuestra iglesia civitatense!

Durante tantos años de monja, fue tras veces elegida abadesa y perteneció al Discretorio. Y, en otras ocasiones, desempeñó el oficio de portera y encargada de la huerta y de los ganados. Sus hermanas la han definido como mujer de fe y muy piadosa y trabajadora hasta el final, a pesar de su artrosis. Cuando ya tuvo que estar postrada en una silla de ruedas, gastaba su tiempo en adoración ante el Santísimo. ¡Por algo ha fallecido el día del Corpus! No es casualidad sino premio de la Providencia divina. También era muy devota de la Virgen. Todos los días rezaba las tres partes del Santo Rosario y la corona franciscana.

Como he predicado esta mañana en La Aguilera, me atrevería a afirmar que Sor María Rosario vivió las dos primeras Bienaventuranzas: el ser pobre para "dejarte amar por Dios", y el ser "manso y humilde" para "dejar a Dios ser Dios" siempre, en ti y en cuanto te rodea.

Hoy estamos aquí, para rezar por ella. Si necesitara de nuestras oraciones, el Señor se las aplicará con creces. De lo contario, volverán a nosotros.

Una vez más, me atrevo a repetir: "¡Qué suerte tenemos los cristianos!... ¡Para nosotros, no hay muertos; sólo vivos: los que ya están en Dios y los que peregrinamos hacia Él!". Ésta, es una certeza bíblica: en el Antiguo Testamento, Dios es "Dios de vivos y no de muertos". En el Nuevo Testamento, se nos recuerda que "si vivimos, vivimos para Dios; si morimos, morimos para Dios. En la vida y en la muerte somos de Dios".

Cuando asisto a funerales de familias de sangre, suelo recordar, con alegría y esperanza, que la familia, con la muerte, no se rompe: se crean lazos y puentes que saltan hasta la eternidad. Porque, con la muerte, no celebramos el final de nada ni de nadie: hemos ganado un intercesor. Es lo que llamamos la comunión de los santos. Y, particularmente, los sacerdotes y los consagrados, ni siquiera con la muerte descansan: seguimos encomendándonos a ellos y los seguimos molestando, para que pidan al señor de todos los dones, nuevas y santas vocaciones.

Es cierto que Sor María Rosario, como todos nosotros, ha sido pecadora, pero algo es indudable: su corazón era muy grande, porque en él llevaba el nombre de muchas personas por las que oraba. Cuando ayer se presentó ante el Esposo, seguro que le abrió ese mismo corazón y le dijo: "Quiero seguir amando a todas estas personas tan queridas, comenzando por las de mi comunidad de consagrada".

Queridas hermanas: gracias por todos los cuidados y atenciones que tuvisteis hasta el final con Sor María Rosario. ¡Qué suerte dormir en Cristo - que esto es la muerte cristiana- en el seno de un monasterio! Con sano orgullo, podéis testimoniar que, en esta casa, se han escrito grandes e importantes historias de vidas extraordinarias? ¡No tanto a los ojos de las crónicas del mundo, como desde el libro de la Vida y de la Salvación!

Gracias sinceras, por dejarme presidir esta Eucaristía de acción de gracias por la vida y testimonio de Sor María Rosario; y, gracias, por vuestra oración y por vuestro testimonio creyente. A María, la Virgen y Madre, y a todos los santos y santas franciscanos y clarisas, verdaderos hermanos mayores, encomendamos el alma de nuestra querida hermana. Que en el cielo nos veamos un día todos.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo

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