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A rey muerto rey puesto
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A rey muerto rey puesto

Actualizado 06/06/2014
Juan Robles

La noticia y los comentarios de estos días giran en torno a la renuncia del Rey Juan Carlos y la sucesión del futuro Rey Felipe VI. Este episodio, de gran trascendencia y de absoluta novedad, es ocasión propicia para reflexiones de diferente calado y de notable trascendencia. Enseguida se ha desatado la polémica sobre la oportunidad y la conveniencia o incluso necesidad de plantearse si queremos que España sea una república o una monarquía. Y si ha de hacerse, como consecuencia, un referéndum que lo determine y defina. Es verdad que eso está ya definido y fue refrendado por la gran mayoría de los españoles al aprobar en referéndum la Constitución vigente. Pero es claro que la cuestión puede volver a plantearse, aunque lógicamente habrá que hacerlo guardando las reglas de la propia Constitución, reformándola incluso en la forma prevista si fuera preciso.

Todo esto nos hace plantearnos cuestiones más de fondo, que no son ya sólo de forma de gobierno, sino del tipo de sociedad que queremos, y qué reglas de convivencia, válidas para todos, son las que queremos darnos. Y, por supuesto, tienen que estar por encima de intereses particulares de personas o partidos y centrarse en el bien común de todos los españoles. Eso supone llegar a un gran acuerdo con todas las fuerzas en liza: partidos mayoritarios, representantes de las autonomías, especialmente las históricas y más reivindicativas, empresarios, sindicatos, agrupaciones y tendencias culturales y hasta organizaciones religiosas, entre las cuales está desde luego la mayoritaria que es la Iglesia Católica.

Supone escuchar a todos, hablar con todos, defender las propias ideas e intereses por medios pacíficos y democráticos, pero respetando las ideas y prácticas de individuos, grupos e instituciones, aunque sean diferentes de las nuestras.

En un corrillo de eclesiásticos se planteaba el otro día si habría misa de entronización del próximo Rey, como la hubo cuando se puso en marcha el reinado de Juan Carlos I. Y, en caso de celebrarse la Eucaristía, quién sería el que la debería presidir: ¿el arzobispo de Madrid, Cardenal Rouco, en cuya demarcación se realizaría el acto; el arzobispo castrense, D. Juan del Río, que es el superior eclesiástico de las fuerzas armadas, ejército, policía y guardia civil, e incluso capellán de la Casa Real; o el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Don Ricardo Blázquez, como coordinador, que no superior o jefe, de todos los obispos españoles? Y las respuestas eran diferentes, primero sobre la conveniencia de tener un acto religioso de calado y después sobre el protocolo que se debería seguir con vistas a la presidencia del mismo.

Éstas y otras muchas preguntas nos podemos hacer los españoles de las diferentes tendencias ideológicas, políticas y religiosas. Qué derechos deberá defender el Rey, qué servicios tendrá que prestar a las diversas instituciones políticas, militares, judiciales, económicas, sindicales, ideológicas y religiosas, y cómo habrá que llevar adelante las propias reivindicaciones que, desde luego, deberán estar fuera de toda sospecha o práctica de violencia. Incluso se podrá hablar de la limpieza y moralidad, pública y privada de nuestro Rey, en cuestiones económicas, de arbitraje entre fuerzas diferentes, de profesión y manifestación religiosa, del sentido y valor de su matrimonio, de la defensa de la vida y del respeto al medio ambiente, de trasparencia en todos los actos de su práctica personal y monárquica.

Es un buen momento, oportuno y necesario, para que nos pongamos a pensar qué país queremos, que tipo de sociedad moderna y democrática, y qué clase de instituciones deberemos crear o reformar para alcanzar los objetivos del bien común de todos los españoles.

Los cristianos de las diversas denominaciones celebramos estos días la fiesta de Pentecostés o del Espíritu Santo. Creemos que Él puede iluminar para acertar en la práctica y dar fuerzas para llevar adelante las tareas humanas, sociales, políticas , de solidaridad, etc. Y se lo pedimos sincera y convencidamente: que nos ayude a acertar en la ruta de los nuevos desafíos y caminos que tendremos que recorrer en los próximos decenios de nuestra andadura común.

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