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Kiêu en la península occidental
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Kiêu en la península occidental

Actualizado 26/05/2014
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Cuentan por lejanas tierras una bella y triste historia de una mujer empujada por su lealtad a sus antepasados y por su destino inmisericorde. Por esas latitudes de luminosos arrozales, los espíritus perseveran en guiar a los vivos, en ayudarles a elegir el camino adecuado y en avisarles de las desgracias que se asoman tras la naturaleza exuberante, aunque a veces son genios malvados los que se empeñan en mover los hilos para juguetear con los indefensos mortales, sometidos pacientemente a su voluntad.

Kiêu era una hermosa joven, hija de buena familia, que le había dado la mejor educación de su tiempo y aspiraba para ella al mejor de los destinos. Pero la realidad siempre se interpone ante el idealismo y esta elegante chica de larga cabellera quiso tener vida propia, decidir por sí misma, sin pensar en autorizaciones familiares ni en decisiones impuestas contra su voluntad.

Un día de cielo gris y llovizna persistente, cuando ella estaba entre las flores de loto hilando largos y preciosos poemas con sus doncellas bajo las amplias sombrillas, se acercó un príncipe extranjero de mirada profunda y atrayente, ante el cual nuestra noble y armónica belleza cayó inmediatamente rendida. Le bastó ver en las enormes y acogedoras lagunas negras de esos ojos para querer compartir su vida con ese recién llegado.

Mientras tanto, las acompañantes de Kiêu se alborotaron asustadas, porque ellas sí vieron algo más que esos ojos hipnóticos. El príncipe se había transformado en un enorme toro blanco, es cierto que de gran belleza, pero eso no asustó en absoluto a la enamorada que con sus perfumados efluvios y sus armónicas facciones había cautivado al conquistador. Le esperó de pie, protegida a medias del vientecillo del este que desviaba la cálida llovizna y mojaba poco a poco su larga túnica de seda.

Se acercó el príncipe, y Kiêu, sin pensar en las consecuencias, se sentó en el lomo del toro albino y se agarró cariñosamente a él. Empezó a cabalgar suavemente la figura encantada y Kiêu se dejó llevar. Avanzaron horas y horas hasta que el príncipe descubrió su verdadera cara y Kiêu supo que no se había equivocado, que este era la persona que el destino le tenía reservada.

Pero en su lugar de origen los malos vientos de la política y de la economía hicieron caer en desgracia a la esforzada familia que lamentaba la huida de su hija más preciada. Como la información se extiende deprisa, el infortunio llegó a oídos de Kiêu, que decidió sacrificarse para ayudar a sus familiares. El príncipe no quiso que viajara sola sino con sus tres fieles guerreros imbatibles a los que se conocía con la extraña palabra "troika". Fueron efectivamente imbatibles, pero escasamente cuidadosos con su protegida, pues no impidieron que con el fin de salvar de la miseria a su familia, nuestra protagonista tuviera que arrastrarse por el lodo y someterse a cien penurias, entre ellas la prostitución y matrimonios forzados, que acercaron a Kiêu a la más terrible desesperación. Aunque no le importaba, porque quería a los suyos e intentaba hacerse perdonar su atrevimiento de haberse dejado llevar por sus ideales.

Mientras todo esto sucedía, el príncipe no había podido quedarse pasivo y había actuado por sí mismo para salvar a la familia de su amada, la había buscado por todas partes, sin que los guerreros imbatibles le supieran dar más que consejos rudos e indicaciones nebulosas. Aún así consiguió encontrarla con lo que se cerró el ciclo, aunque a ella, Europa, perdón Kiêu, las desgracia le habían hecho más prudente y desconfiada y por eso había prometido al Cielo y a Buda mantenerse pura y no entregarse sexualmente a nadie, ni aunque fuera su encantador príncipe Kim.

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