El cambio climático y la pérdida de biodiversidad son un peligro inminente para toda la especie humana, aunque la crisis ecológica haya sido eclipsada por la económica. Durante el primer semestre del año pasado, hasta agosto, se consumieron más recursos de los que nuestro planeta puede renovar anualmente; estamos al borde del punto de no retorno, de la irreversibilidad del cambio climático, siempre y cuando se lleven a cabo los cambios necesarios en los sistemas de producción y consumo. Y esta crisis ecológica, además, puede servirnos para obtener beneficios económicos, sociales y para la salud, pues es necesaria una profunda transformación para reducir las emisiones, al menos hasta un 55% respecto de los niveles de 1990, para llegar a una sociedad carbono-neutral en el año 2050.
Quienes hasta hace unos escasos meses dudaban de la realidad del calentamiento global, a Estados Unidos me refiero, van camino de abordar el liderazgo en la lucha contra dicho calentamiento, desbancando a la tibia Europa. De hecho, la Casa Blanca ha publicado un estudio sobre los efectos que tendrán lugar en su territorio [http://1.usa.gov/1hy3ccl], donde se destaca que el coste, en caso de no abordar ahora el problema, será de entre cuatro y diez superior. Y el primer paso, y aquí Europa lo tiene mucho más fácil, es cambiar las subvenciones públicas para inversiones en combustibles fósiles, por la potenciación de la eficiencia energética y las energías renovables; se estimularía la actividad económica, con la consiguiente creación de empleo y se reduciría la dependencia energética externa. Y seguiremos luchando contra el fracking, que contamina acuíferos y medio ambiente, a la vez que contribuye al cambio climático con las fugas de metano producidas. Como siempre, "¿Nuclear? ¡No, gracias!".
Una nueva política que tenga como clave la sostenibilidad, ya que la protección del medio ambiente, la biodiversidad y el desarrollo sostenible sean una prioridad europea; cualquier decisión económica importante debe tener en cuenta la sostenibilidad, pues no se puede medir la calidad de vida exclusivamente en términos monetarios. El entorno natural que nos rodea no puede ser objeto mercantilista, pues no deja de ser un préstamo de nuestros descendientes, y estamos consumiendo recursos naturales a un ritmo inalcanzable para el propio planeta, mientras ensuciamos el aire, la tierra y el agua con productos indeseados. No conviene olvidar que la aviación y el transporte por carretera son las grandes fuentes de gases de efecto invernadero, por lo que hay que primar los medios de transporte más eficaces y ecológicos. Es otra oportunidad en la que impulsar la innovación, convirtiendo bicicletas eléctricas, tranvías y trenes, coches eléctricos, basados en fuentes renovables, en una opción atractiva.
Oídos sordos hacen los representantes actuales ante la grave contaminación del aire que sufrimos, y que representa la mayor causa de muertes prematuras, según datos de la OMS [http://bit.ly/1gc2f9f]; a lo que hay que sumar la contaminación acuática, tan gravosa para la economía y el medioambiente. Mientras, el medio rural es utilizado como laboratorio genético, con los Organismos Genéticamente Modificados, siendo desplazados los cultivos tradicionales por los llamados transgénicos por la influencia de las grandes multinacionales alimentarias. Y estas, además, no dejan de ejercer una poderosa presión sobre los mercados de alimentos mientras ciertos productos alimenticios son desviados para combustible. Es, ciertamente, un sinsentido.
Vemos, o sufrimos, cada cierto tiempo, un nuevo escándalo alimentario que tiene como base última el propio proceso industrial de la agricultura actual. Nuestra comida es insípida y parece estar pensada exclusivamente para quedar bonita en las estanterías de los supermercados, en vez de tener una alimentación sostenible, saludable, sabrosa y ética. Para lograrlo basta con fomentar la producción a nivel local, la agricultura ecológica y los productos de comercio justo. Esa agricultura debe ser respetuosa con el clima, sostenible, a la vez que justa y equitativa, con agro-sistemas biológicamente diversos, que no sólo se adapten al cambio climático sino que ayuden a paliarlo. Evidentemente, los agricultores merecen un precio decente por sus productos, y que se evite que las empresas intermedias compradoras reduzcan los precios por debajo de niveles sostenibles. A la vez, no puede ser que sean patentadas semillas diseñadas específicamente para uso con determinados fertilizantes químicos y pesticidas, en lugar de poder reproducir las propias semillas, mucho más adaptables a las cambiantes condiciones locales.
Aunque se han dado pasos en la dirección correcta, no podemos olvidar que, como dijo Mahatma Ghandi, "la grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados". En la biodiversidad, y más en un paraíso para ella como es nuestro país, debemos aumentar la lucha contra su disminución, prohibiendo el tráfico de fauna silvestre, los productos de foca y aumentar la protección de los mamíferos marinos. El ganado que nos servirá de alimentación, o precisamente por ello, debe ser mejor tratado, dejando atrás la ganadería industrial, con su penosa relación con el bienestar animal y el uso intensivo de antibióticos. También la pesca puede ser mejor gestionada, reduciendo la política de devolución de peces no deseados, apostando, como en la agricultura y la ganadería, por un trato más justo a la pequeña escala.
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