El río de la vida es luz y tiniebla entre el placer y el dolor. El agua que alimenta el río de la vida es la memoria poética de Isabel Bernardo en su Poemario "Tiempo de migraciones", las aguas hacen caminos y se someten a todas las fuerzas que encuentran a su paso? Voces y silencios, memoria que se desnuda en evocaciones de noches y ausencias, luces y sombras que producen ensoñaciones que regresan como canto de pájaros que vuelan a la ciudad de la luz, a los hermosos paraísos de sus paisajes?
La palabra en "Tiempo de Migraciones" busca en los espejos del agua un transcurrir de sombra, un sol que se refugia en los paisajes recordados de su memoria, mira el paisaje, descubre en su imagen la abundancia del día, con sus horas ondulantes y épicas rimando con el viento, con el propio ritmo y la cadencia infinita de un oficio medido, ángulo lejano del sueño y de lo real, visión de agua y tierra. Su ser se confunde complacido y rendido, ante su ser hermoso, pues, como un hilo invisible, permanece, cuando la luz despierta, antes de mostrarse con su hermoso rostro, al volar los pájaros por la amplia sonrisa del firmamento azul.
En el lecho de sus palabras duerme la blancura perfecta del silencio; el silencio como vuelo de pájaros al nacer la mañana, al rumor de, sol.
Ante el espejo de sus aguas, la autora se hace pensamiento, evocación, referencia de la vida que es.
Los poemas de "Tiempo de migraciones" retienen es su memoria las horas robadas a los días, en las que el agua se hace río de vida, agua de roca, paraíso de los pájaros que vuelan en su retorno a la memoria de los días.
Los poemas brillan como sol en un atardecer perpetuo; y el agua es río que fluye que se hace más vasto que el océano que vuelve a su fuente, al tiempo que las aves se hacen tarde, regreso, día otra vez.
Pero, ¿quién, árbol o río o pájaro, podrá guardar la vida de ahora?
Como el recuerdo de los días perdidos, así está la memoria cuando la memoria es dulce fluir de los paraísos a los que nos lleva el vuelo de los pájaros.
El agua es río de vida, rosa creciente, río que riega, noche que alumbra, agua que anega. Queda el espejo encendido en la palidez de la tarde,
para que nos diga dónde recomienza la vida. A veces nos volvemos inseguros entre los muebles del abismo, cuando sólo encuentras el espejo que descifra un mecanismo de laberinto donde la ciudad se disuelve, en un vuelo de pájaros que nos lleva a las simas de los sueños y de la memoria.
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